LA NAVIDAD Y EL MESÍAS

Hace algunos años un estimado amigo judío me llamó por teléfono para disculparse por un comentario que me había hecho al final de la presentación de mi libro “EL RETORNO” (Ha Jazará). Él, como la mayoría de los judíos y de los cristianos no entendía la doctrina bíblica de La caída, la cual les resulta imposible comprender así como sus gravísimas consecuencias para la humanidad en general (cuando no tienen una relación íntima con Dios a través del Mesías).

     Hombre de bien, sincero y profundo en sus razonamientos, me expresó su malestar personal por haberme dicho aquel comentario. Acto seguido, me compartió con alegría que gracias a la lectura de mi libro había entendido por fin el milenario pecado de Adán y Eva (que ocasionara “la caída”) y sus terribles consecuencias espirituales (en teología se le conoce también como la doctrina de la depravación del hombre); de su rompimiento con el Creador y de su relación pura y perfecta.

Palabras más, palabras menos me expresó con alegría que “…si no hubiera habido caída ¿para qué necesitábamos un Mesías?” Lo había entendido en plenitud. El Espíritu Santo (Ruach ha Kodesh en hebreo) había hecho su bendita obra en mi amigo y él lo había permitido sencilla y dócilmente por medio de la fe. Por cierto, su abuelo había sido rabino en el siglo XIX.

La cuestión es que la mayoría de los cristianos en todas sus expresiones están casi en idéntica posición. Desconocen la esencia de su propia fe confiando apenas en algunas historias y relatos bíblicos, como también desconocen la mayoría de las doctrinas bíblicas, apoyándose tan solo en ritos y rezos que por cierto jamás han concedido salvación a nadie (eso enseñan y advierten las Sagradas Escrituras).

Aplicando el tema al cristianismo popular de los mexicanos, un enorme porcentaje queda dentro del sincretismo de manera que temas como la Navidad, por mencionar alguno, resultan difíciles de explicar por el creyente común. Para muchos la navidad es tan solo días para convivir con la familia, que nació “el niño Dios”, de dar regalos y festejar las posadas (cuyo significado para la mayoría en la actualidad no tiene nada que ver con la fe y sí con fiestas hedonistas, sino es que de verdaderas francachelas).

Retomando el tema de “la caída” (para poder entender la Navidad), la relación plena del hombre con su Dios es destruida. Entre otras consecuencias vino la muerte física y espiritual y el estado intelectual del hombre quedó destrozado, por lo que tuvieron que pasar miles de años en los que el amor y la gracia de Dios obraron entre un remanente de hombres que responderían a su llamado, quienes reciben gradualmente el mensaje revelado (lo que hoy en día llamamos Biblia o Sagradas Escrituras).

A tal extremo era el estado y condición del hombre caído a causa de su pecado de soberbia “de querer ser como Dios”, que diciéndolo en palabras sencillas, queda en condición casi de bestia luego de ser expulsado de Gan-Eden (jardín de Edén). En su desvarío, un pecado no discernido ni eliminado por las mayorías a través de los siglos, el ser humano pronto deja salir esa bestia salvaje capaz de matar a su propio hermano (como lo hizo Caín) o de repetir su inclinación rebelde construyendo “una torre que llegara al cielo” por lo que su lenguaje único es confundido para bajarle los humos, dando paso a los idiomas y dialectos (y evitar que se unieran en proyectos fatuos).

Muchos siglos después y a causa de la incredulidad e impiedad generalizada, Dios enjuicia el pecado a través de un Diluvio del que Noé es librado por causa de su fe (con toda su familia).

Tiempo después Dios llama a un hombre llamado Abram para formar por medio de él un pueblo especial en el cual revelar y depositar su mensaje de redención y reconciliación para el hombre caído. Moisés y los profetas son durante 1,400 años los encargados de recibir ese mensaje que precisamente se cumplimenta con el Mesías, con Yeshua (Jesús), que aunque no nació un 25 de diciembre, en su persona y obra redentora la humanidad caída es reconciliada por fin con el Dios santo y justo.

Por eso es que el Mesías y la Navidad están estrechamente ligados. Nació en un pesebre pestilente porque no hubo nadie en Belén que le abriera las puertas de su casa. El meollo es que ese niño se hizo hombre y luego de cumplir perfectamente con la Ley (Torá) y con todas las profecías relativas a su etapa redentora, se ofrece voluntariamente para morir en una cruz en la que todos nosotros deberíamos estar a causa de nuestras maldades y pecados. El no cometió ninguno. Por eso es que en el Templo dijo a los cohaniím y ancianos de Israel “¿quién de vosotros me redarguye de pecado?”¡No hubo quien, ni lo habrá!

Sus últimas palabras en la cruz fueron ¡CONSUMADO ES! En otras palabras, nuestros pecados fueron limpiados delante de Dios a través de su sacrificio expiatorio tal y como lo anunció Isaías (53:4-11). Pero así como Herodes quiso matar a Yeshua cuando era niño, hoy día hay millones de Herodes que quieren matar al Mesías que está naciendo en los corazones de los que desean y anhelan salvarse. Quiera Dios que esta reflexión sea útil para algunos de los lectores a quienes envió afectuosamente un saludo y abrazo de navidad en el Mesías Yeshua-Jesús, Señor nuestro.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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