MENDICIDAD DE AFECTO

Saliéndonos por esta ocasión de los temas políticos, abordamos ―en concordancia con los festejos navideños― otro que a todos nos incumbe, toda vez que al ser parte de una sociedad, casi todo lo que sucede a nuestro alrededor nos atañe y afecta en uno u otro sentido.

Aprovechando, pues, tiempo y espacio entramos en materia. Así que sin rodeos ni retórica estéril, hemos de señalar que la bondad anunciada por el humanismo sin Dios que domina el mundo (entendidos que hay otro humanismo que depende de Dios y se nutre de sus valores) además de devorar los cimientos judeocristianos que sustentaron a las distintas sociedades de occidente por dos mil años, en muy poco tiempo le ha llevado por el amplio camino del hedonismo, aunque en una pendiente inclinada que cada vez se acerca más al abismo sin que nada o nadie intente siquiera detener su alocada carrera autodestructiva.

Inmersos en esta cosmovisión nihilista, millones alrededor del mundo mendigan afecto sin obtenerlo en realidad, o si acaso migajas. Hombres creados a imagen de Dios, han preferido la imagen de otros congéneres, cayendo en la idolatría de sí mismos (como Narciso), o de simples e inconscientes adoradores del vecino. Es decir, ¡mendicantes de afecto!

Esto me recuerda a Don Tadeo, uno de los personajes de Don Justo Sierra O’Reilly en conocida novela escrita en 1850. Sirviente de un cura inquisidor (malvado por oficio y decisión personal) alejado de Dios y devaluado por sí mismo, recurría a la falsa religiosidad a manera del Tartufo de Voltaire, como también a la indignidad lacayuna para recoger migajas de afecto de su amo con sotana le arrojaba (que para su desgracia en el fondo le despreciaba): “Adulaba al poderoso, arrastrándose como un reptil”.

Hoy en día la mendicidad de afecto es mayor que la económica. Las masas rendidas a artistas de nula valía y talento son testimonio fehaciente del vacío existencial, de la ausencia de verdadero amor en los corazones. Jovencitas, incluso niñas que se entregan a cualquier individuo que les arroje algunas palabras de amor (falso), cuando hay un Dios Todopoderoso capaz de llenar el corazón más vacío y hambriento. Y no con falso amor, sino con el verdadero; que puede acoger con sus brazos paternales al alma más solitaria o más despreciada, por cuanto en su santo Ser no existe la acepción de personas.

Y vamos, como todo en la vida este asunto tuvo un principio en el cual factores diversos incidieron. La psicología por ejemplo cuestionó la formación espiritual y la disciplina bíblica, proponiendo un modelo mejor, considerando incluso la corrección del rebelde como barbarie. Los resultados los tenemos a la vista: generaciones de violentos que no admiten disciplina ni autoridad alguna ¿Cuándo reclamarán públicamente los promotores de estas corrientes de pensamiento su cuota en esta debacle del género humano?

El egoísta -y en esta visión han sido formados la mayoría en las nuevas generaciones- no considera jamás a su prójimo. Y aunque señala interés en su discurso público, en los hechos es parcial y selectivo, anteponiendo obviamente el yo (y dejando fuera el criterio divino). Las legiones de miserables mendigando afecto pululan por todo el planeta y las distintas sociedades. El joven que busca amistad con otros jóvenes, carentes de afectos como él, tan solo le pueden ofrecer acceso a la pandilla o inicio al mundo de las adicciones y pasiones. El individuo que se une a una causa política creyendo ser aceptado y mostrar interés por los demás, no considera siquiera que es simple peón en el tablero de las ambiciones. Esposos que juegan a amarse sin conocer jamás el verdadero amor, crecen las filas de los divorciados en la primera crisis.

Mundo globalizado que imita y falsifica todo, desde automóviles y ropa, hasta llegar a los intangibles. Mundo de apariencias, de copias y simulaciones, en el que el amor y sus derivados también han sido raptados. Inmersos en eufemismos que no necesariamente reflejan lo que se afirma, se confunden las relaciones sexuales con “hacer el amor”, como si tal cosa estuviese limitada a este momento íntimo entre seres que realmente se aman.

El verdadero amor proviene de Dios y sólo Él lo puede dar. Las Sagradas Escrituras lo dicen con toda claridad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16), y en otra parte señala “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1ª Juan 4:8).

Si tomásemos en cuenta lo que se dice en los medios y en las “redes sociales”, el hombre actual sería modelo de amor y virtud, sin embargo los hechos nos muestran lo opuesto. El egoísmo es amo y señor de este mundo. Sus súbditos, que lamentablemente son mayoría, cargan con su corazón a manera de recipiente en espera de una “caridad” y no de amor, sería demasiado esperar, de simple afecto. Pero nadie lo quiere ver pues la soberbia impide reconocer los yerros, por lo que la debacle y la indigencia en busca de afecto crecen desmedidamente.

Para nuestra bendición Dios es inmutable y su amor eterno e infinito es capaz de satisfacer el corazón más vacío y hambriento. Para darnos una idea de ese amor, basta reflexionar que ante nuestra situación eterna de condena a causa del pecado que nos separa de su santidad, Él mismo se hizo hombre en la persona de Jesús (Yeshua), y en lugar de que nosotros fuésemos a la cruz para pagar nuestras culpas de toda una vida, Él tomó nuestro lugar para darnos salvación y mostrarnos el camino del amor, que no es otra cosa que el camino de la verdadera vida. Un camino cuya puerta es única (Jesús) y estrecho en su trayecto, pero que al final de la jornada terrenal abre su puerta al reino eterno preparado por el Mesías.

Así que no hay necesidad de mendigar entre los hombres por migajas de afecto, cuando hay un Dios Todopoderoso que nos ama de manera perfecta y plena y siempre está dispuesto a recibir a los hijos pródigos en su seno paternal ¡Feliz Navidad a todos los lectores!

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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