CIUDAD JUDICIAL: MONUMENTO A LA INJUSTICIA

Los gobiernos posmodernos se caracterizan por su frivolidad, ceguera social, ambición desmedida y carencia absoluta de sensibilidad. México, y en particular el Estado de Jalisco, se ajustan a esta descripción. Por sus frutos los conoceréis, advirtió el Mesías, sentencia que se aplica a todas las actividades humanas, incluyendo la de gobernar. Entrando en tema, la llamada CIUDAD JUDICIAL fue planeada y desarrollada por el entonces gobernador, Emilio González Márquez. Un hombre dominado por la egolatría, la soberbia, la dipsomanía, la mentira, la ambición y el derroche de los dineros públicos como jamás se había visto por estas tierras.

     Con semejante perfil se puede entender que haya construido la Ciudad Judicial en el sitio menos adecuado, con un diseño anti funcional, y con un presupuesto dilapidador que hubiera hecho morir de envidia a los mismísimos faraones egipcios.

     Vayamos por partes. Se supone que el poder judicial existe para impartir justicia, punto. Pero si en Jalisco se tiene una impunidad mayor al 98% de los delitos que se cometen, y el pueblo no tiene ni encuentra apoyo y protección en el estado en las distintas ramas del derecho ¿para que diantres sirve una ‘ciudad judicial’ que no sea para dar trabajo a los amigos y grupos de poder?

      No se descubre el hilo negro ni el agua tibia al afirmar que en Jalisco la justicia se ha alejado del pueblo y su acceso es para unos cuántos en las elites, ya sea de gobierno o del capital. Tarea a la que se han sumado legiones de abogados ladrones cuyo bolsillo no tiene fondo, como tampoco su ambición. Tenemos años de no escuchar de la aplicación del arancel.

      Litigantes y agraviados pasean a diario por la Fiscalía y sus distintas agencias del M.P. —como describía a los terribles covachuelos de Madrid el inolvidable Abuelo de la Independencia, Fray Servando Teresa de Mier—, sin encontrar la voz del estado que recoja su denuncia y la resuelva, limitándose a levantar actas para el archivo. Robos, secuestros, homicidios, asaltos, despojos, fraudes, extorsiones, y cuanto delito existe, son pan de angustia creciente para una sociedad que no ha encontrado en los últimos gobiernos de Jalisco quien le cuide y responda en su protección.

     Con semejante panorama de injusticia era de esperar que los jueces federales salieran —ya que los estatales dejan muchísimo que desear— a reparar o paliar en algo la negación de justicia que se está haciendo. Pero no, chamacos provenientes la mayoría de ellos de universidades privadas, no entienden, y quizá no quieran entenderlo tampoco, su función social, escondiéndose en los códigos para negar también el acceso a la justicia a un pueblo dolido hasta el hueso de tanta injusticia. Dicho en otras palabras: fariseos de la ley.

     Recuerdo en mis años de litigante que le reclamé a un conocido magistrado federal su negación a la justicia que le peticionaba (en Palacio Federal). Su respuesta se limitó a minucias, a cierto tecnicismo como le gustaba a él que le presentaran los escritos, lo cual me orilló a decirle que ‘acaso el Código Procesal Civil no señala que ”la acción procede en juicio, aún cuando no se exprese su nombre o se exprese equivocadamente, con tal de que se determine con claridad la clase de prestación que se exija del demandado o el título o causa de la acción”.—“¡Ay compañero no me diga eso!”  reculó sorprendido, por lo que agregué: —“¡Quizá me faltó poner como usted quería, pero las clases de derecho son en la facultad, unas cuadras más adelante, pero usted está aquí para hacer justicia, ¿o no?, y ya me la negó!”

     Traje a la memoria esta anécdota porque si algunos viejos hacían esas cosas, ¿Qué no hacen los jóvenes que integran y llenan esos enormes y costosos edificios que integran la llamada Ciudad Judicial? Monumento a la ineficacia y en no pocos casos templo corrompido de la justicia (que se vende al mejor postor); ciertamente, difícil de comprobar, pues NADIE DA RECIBO en ese inmundo negocio. Pero con algunas auditorías contra los funcionarios de peor fama, saldrían a la luz pública bienes, riquezas y estilos de vida imposibles de comprobar y sostener (tomando como base los sueldos).

     Tal parece que los edificios estatales como federales influyeron en el ánimo de algunos funcionarios que se envanecieron, descubriendo de paso su inmadurez personal y social (al no entender su importantísima labor). La majestuosidad exterior (viendo bien las cosas solo es fachada, no hay nada adentro, de lo contrario no tendríamos impunidad del 98% en Jalisco) tal vez les hace creer que se encuentran en la Roma Imperial. ¡Y cómo no sería así!, mire usted lector: para ingresar al edificio de los juzgados estatales, el visitante tiene que subir nada menos que 24 largos escalones hasta llegar al vestíbulo. Es decir, se trataba de impresionar.

     Pero si la visita es al complejo federal, pusieron al ciudadano la cuota más alta. Primero se tienen que subir 26 inclinados escalones, pasar una aduana con libros, guardias, credenciales, gafetes, luego una puerta con otros guardias y si su visita es a los juzgados de distrito penales, tendrá que subir 35 escalones más. Se le recomienda al visitante una o dos semanas de preparación antes de atreverse a esta aventura extrema. Y no se le ocurra hacerlo en tiempo de aguas porque no hay modo de evadir la lluvia ¿Acaso no se perdería la majestuosidad visual del complejo?

     Pregunta obligada: ¿No podían haber utilizado las manzanas completas que se compraron en la zona del Parque Morelos? Sí, porque además de ser ya del patrimonio público, el ciudadano de cualquier clase social podría tener acceso (cosa que no sucede ahora) y llegar a pie, en el metrobús, en las líneas 2 y 3 del Metro, o en muchas de las rutas de camiones. Pero no, había que demostrar lujos, riquezas, poder, había que alejarse del pueblo al cual nomas buscan cada tres o seis años.

     Así que además de que la justicia es poco conocida en la majestuosa ciudad judicial, que es más escenografía que realidad (los baños del edificio estatal además de inmundos no sirven), lo grave es la ignorancia de la mayoría de los integrantes del poder judicial en su rol social y en ambas instancias. Es común escuchar a jueces, secretarios e incluso magistrados hablar del “gobierno” como si ellos no lo fueran. La violencia que tiene aterrorizada al pueblo de Jalisco es en buena medida culpa también de ellos, de los robos, de los secuestros, de los fraudes, de las extorsiones, en fin, de la ausencia de paz en la sociedad provocada por la impunidad que han permitido.

     Por hoy concluimos este comentario escrito en el siglo XIV por el poeta florentino Dante Alighieri: “En la conexión de paz y justicia, la justicia es el valor condicionante y la paz el condicionado” (De la Monarquía, Edit. Losada, Argentina). El que tenga oídos para oír que oiga, pues hasta ahora dicha ciudad judicial es tan solo una afrenta, un monumento a la injusticia ¿O usted que opina lector?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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