LÓPEZ OBRADOR Y JEROBOAM

Aunque sus seguidores evangélicos del PES le compararon con Caleb —no sé si por ignorancia o ambición, quizá por ambas cosas— lo cierto es que el tabasqueño se parece más a Jeroboam que a Caleb. De hecho no se parece en nada al segundo. Para aquellos lectores que el nombre de Jeroboam no les resulta conocido, se trata de un personaje de la Biblia, no precisamente de los héroes de la fe, al contrario, de la galería de los perversos y desviados.

En el entendido de que Dios no oculta los pecados de nadie, DE NADIE (los perdona al que se arrepiente que es cosa muy distinta), las Sagradas Escrituras relatan los hechos humanos sin retoque alguno. Revelan el mensaje divino al hombre caído que busca su sentido existencial, sí, pero también son la historia nacional del pueblo de Israel (lo que permite a todos los pueblos de la Tierra tener un parámetro de medición respecto a sus propios gobiernos).

    Hace tres milenios se inicia la monarquía en Israel. Su segundo rey fue el sabio y amado David, que además de ser ancestro de Yeshua (Jesús, quien algún día quizá no muy lejano recibirá el trono universal), fue un estadista en el estricto sentido de la palabra. Un gobernante que supo unir a las 12 tribus y aglutinarlas en armonía, trayendo paz y prosperidad; que estableció las fronteras de su país trayéndole estabilidad y respeto entre las naciones vecinas.

Por cuatro décadas Israel gozó de su reinado. A su muerte le hereda en el poder su sabio hijo Salomón, quien se aleja de la austeridad de su padre para enriquecer no solo al estado (como se entiende ahora) sino que permitió que la riqueza se creara y distribuyera sobre todas las clases sociales. Su reinado duró otros 40 años, que sumados con el gobierno de su padre son ochenta años únicos y gloriosos en la historia de ese país.

A su muerte hereda el reino su hijo Roboam, un príncipe formado entre lujos y entre sus pares (en el siglo XX se le hubiese clasificado de “junior”). Al inicio de su gobierno, entre las primeras protestas que recibe del pueblo, es una queja acerca de los altos impuestos. A ningún pueblo le gusta pagar impuestos (y menos cuando no se usan correctamente).

El joven monarca pide consejo a los ancianos de Israel, quienes con sabiduría le recuerdan que era mandatario (siervo), no dueño de sus súbditos: “Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles con buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre” (1 Reyes 12:7)

Pero como el joven rey Roboam parecía de Macuspana, es decir, no le gustaban los consejos de nadie y menos los que le resultaban ajenos a su visión ególatra, acude a sus amigos, los otros príncipes, que jóvenes y frívolos como él le aconsejan, no solo que les niegue la reducción de los impuestos, sino que se los aumente (1 Reyes 12:10-11).

    Y como en política los vacíos de poder pronto son ocupados, un líder rebelde de la época, un hombre carismático y popular llamado Jeroboam (que significa contra Roboam) se levanta y arma una revuelta que termina en guerra civil. El país se divide en dos partes: el reino del sur gobernado por Roboam (con apenas dos tribus bajo su mando) y el reino del norte bajo el poder del rebelde Jeroboam (con las restantes diez tribus).

Dios en su gracia y omnisciencia le había anunciado previamente a Jerobam que le iba a poner al frente de Israel, aunque también le advirtió con precisión y claridad cómo debía gobernar al pueblo. Pero como todos sabemos que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, Jeroboam se rebela también contra Dios (ya sabía el camino, estaba acostumbrado), entregándose a todo tipo de violencias e injusticias.

No siéndole suficiente el ser un pésimo rey, Jeroboam abre las puertas de par en par al paganismo y costumbres impías trayendo con ello decadencia para el reino del norte. Baste señalar que de todos los reyes que le sucedieron en el trono, no hubo uno solo bueno, todos malos, violentos, corrompidos y perversos (mientras que en el reino del sur hubo de todo: reyes buenos, malos y regulares).

Y como el poder lo enloqueciera, Dios le envía un mensaje por medio del mismo profeta que le había anunciado su llegada al trono (Ahías), lo cual sucede durante una visita que le hace la esposa del desviado e infatuado rey:

 

—“Ve y di a Jeroboam: Así ha dicho Yahwéh Dios de Israel: Por cuanto yo te levanté de en medio de mi pueblo, y te hice príncipe sobre mi pueblo Israel, y rompí el reino de la casa de David y te lo entregué a ti; y tú no has sido como David mi siervo, que guardó mis mandamientos…  sino que hiciste lo malo sobre todos los que han sido antes de ti…  te hiciste dioses ajenos… para enojarme, y a mí me echaste tras tus espaldas; por tanto, he aquí que yo traigo mal sobre la casa de Jeroboam… y barreré la posteridad de la casa de Jeroboam…” (1 Reyes 14:6-10).

 

Lamentablemente entre los seres humanos una de las cosas más difíciles es aceptar que nos hemos equivocado, peor aún, cuando hemos pecado. En lugar de dar paso a la reflexión y al arrepentimiento, la soberbia incita a la necedad, a la obstinación, cosa que sucede a Jeroboam por lo que intenta dañar al mensajero.

Igual o muy semejante ha sucedido con López Obrador. Dios le permitió durante su larga campaña recoger las inquietudes y cansancio de un pueblo fatigado por tanto corrupto (de todos los partidos, incluyendo a Morena, que no es otra cosa que el PRD remasterizado), qué crédulo le concedió su voto en las urnas. Un voto que no se ha visto recompensado en un buen gobierno, pues se trata a la manera de Jeroboam, de un simple monarca que sólo escucha su propia voz, de satisfacer sus deseos personales de poder e instintos políticos. Queda claro que no agradeció ni entendió cuando menos a la mitad de esos votos recibidos, pagándoles con un gobierno peor de los que habían padecido y cumpliéndole solo a sus fieles incondicionales.

Es tal su parecido con Jeroboam que el día 1º de diciembre de 2018, ya como presidente sale de Palacio Nacional y antes de cualquier cosa, sube a un templete en la Plaza de la Constitución y se arrodilla ante brujos para que le hagan una limpia. Ni Jeroboam se atrevió a tanto, su desobediencia y degradación  se fueron dando en el uso del poder. AMLO lo hizo en unas horas. El problema es que Jerobam arrastró con él el destino de las 10 tribus que gobernaba; igual cosa nos está sucediendo con López Obrador, está arrastrando a toda la Nación y varias de las tribus que conforman la Federación ya están cansadas a causa de sus pésimas decisiones y malos tratos.

     Es tal la ceguera de este Jeroboam posmoderno que con la pandemia que nos mantiene encerrados, la economía colapsándose y la salud del pueblo en gran riesgo (sobre todo de médicos y los que trabajan en hospitales y clínicas), López Obrador se atreve a pedir confianza para alargar otros 45 días el encierro, cuando él mismo dinamitó la confianza de los mexicanos al cancelar en una acción despótica e ilegal la construcción del nuevo aeropuerto capitalino (NAIM) tirando a la basura una verdadera fortuna que hoy nos hace falta.

Su incapacidad para aceptar sus muchos y continuos yerros, de distinguir los problemas y buscar soluciones efectivas, de entender que es presidente de TODOS los mexicanos y no solo de sus incondicionales, de ser capaz todos los días de ofender y agredir a cualquiera que no piense como él o no le aplauda sus continuos yerros (incluso disparates) le hermanan con Jeroboam. Almas gemelas se puede decir. Esperemos que AMLO detenga a tiempo su absurda carrera, se allegue a personas sabias y capacitadas que le orienten y ayuden a gobernar. Que despida a la horda de improvisados que ni saben ni solucionan nada, pues no es lo mismo andar en manifestaciones gritando consignas contra el gobierno, que ser el gobierno y resolver los problemas.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

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