EL PRECIO DE UNA SOCIEDAD SIN DIOS

La balacera ocurrida en Tepatitlán el pasado martes 8 de octubre sacó a la superficie el verdadero rostro de una sociedad que nadie desea ver. Además de los siete muertos (4 delincuentes y 3 policías), la balacera que duró casi cuatro horas provocó una crisis nerviosa entre un gran sector de la población, que dicho sea de paso, padece el más alto índice de suicidios juveniles en Jalisco.

a balacera ocurrida en Tepatitlán el pasado martes 8 de octubre sacó a la superficie el verdadero rostro de una sociedad que nadie desea ver. Además de los siete muertos (4 delincuentes y 3 policías), la balacera que duró casi cuatro horas provocó una crisis nerviosa entre un gran sector de la población, que dicho sea de paso, padece el más alto índice de suicidios juveniles en Jalisco.

     ¿Qué nos pasó a los mexicanos, dónde quedó esa felicidad capaz de superar la adversidad económica y nuestros problemas sin fin? Siendo honestos con nosotros mismos debemos aceptar que los factores son múltiples, aunque de uno se derivan los demás: ¡se expulsó a Dios de la familia y de la vida comunitaria y las consecuencias han resultado catastróficas!

Psicología, democracia y derechos humanos suplieron el consejo milenario de la Palabra Divina sin resolver casi nada y complicando casi todo. Las nuevas generaciones repudian todo tipo de disciplina, exigen democracia (incluso en la religión, cuando, al menos el judeo-cristianismo se basa en una Teocracia), además de exigir de continuo sus derechos sin cumplir por lo general con sus deberes.

Desterrada la disciplina y el orden del hogar, pronto se ausentaron también de la escuela, la oficina y el resto de los espacios de convivencia, dando el individuo rienda suelta a sus instintos y pasiones ¿Traumar a los muchachos? ¡Ah no, de ninguna manera!

Otras expresiones de cuestionable diversión comenzaron a ser aceptadas: desde el consumo de drogas, hasta el sexo sin frenos. ¡No importa si el otro es hombre o mujer, ahora es cuestión de preferencias, no de natura!, creciendo paralelamente el embarazo de adolescentes (y nacimientos en una etapa inviable en todos los sentidos).

En este panorama adverso, la nueva sociedad al repudiar la autoridad Divina, la humana cayó de inmediato ¿Acaso los gobiernos “represores” se atreverían a levantar la mano contra los demócratas libertinos, perdón, libres? Y para que la fiesta no parara se abrió de par en par la expedición de licencias para antros; con la novedad y comprensión oficial de los gobiernos panistas (para que sus gobernados ya no viajaran hasta Las Vegas) de autorizar la apertura de cientos de casinos: verdaderas mafias para despelucar incautos y crear en corto tiempo un grave problema social ¡La adicción al juego!

Y como los nuevos gobiernos han querido agradar en todo a sus votantes, alejarse de los malos, de los dinosaurios autoritarios del ayer, han creado gobiernos de utilería. Cofradías de pillos ambiciosos unidos para llevarse el presupuesto (y pedir prestado hasta perderse los ceros a la derecha); olvidándose en su condenable ambición de sus deberes fundamentales, permitiendo que una fauna criminal apareciera en el país de frontera a frontera y de costa a costa.

Inútil resulta decir que la impunidad gozada por los criminales mantiene a la población nacional en la crisis nerviosa que a mis paisanos de Tepa se les ha recrudecido (por la batalla en la que cinco criminales mantuvo a raya a un ejército de cientos de policías de todos colores) ¿No hay entre estos cuerpos siquiera una docena de francotiradores que resolviera la crisis?

Cuando la Revolución Francesa en 1789 confundió al clero comodino y aburguesado con la fe judeocristiana, persiguió la religión y lanzó (ingenuamente) a Dios fuera de Francia, cayendo en picada en un cortísimo tiempo envuelto el país en ríos de sangre. Y como los vacíos pronto se ocupan, el tirano Napoleón aprovechó el espacio que la agónica Francia le ofrecía.

Chateaubriand publica trece años después de iniciada la Revolución su famosa obra «El genio del cristianismo» dejando constancia en sus memorias de la hambruna espiritual padecida por su pueblo luego de aquella orgía de incredulidad y violencia: “Los fieles se creyeron salvados: la gente tenía entonces una necesidad de fe, una avidez de consolación religiosa, que se debía a la privación de estas consolaciones desde hacía largos años… ¡Cuántas familias mutiladas tenían que buscar dirigiéndose al Padre de los hombres, a los hijos que habían perdido! ¡Cuántos corazones rotos, cuántas almas solitarias apelaban a una mano divina para que los sanara! La gente se precipitaba a la casa de Dios, como se entra en la consulta del médico el día de un contagio. Las víctimas de nuestras disensiones se salvaban en el altar; náufragos que se arrastraban al peñasco en el que buscaban su salvación” (Memorias de Ultratumba, tomo II, pág. 672).

¿Creen realmente los mexicanos que nuestro país permanecerá en pie sin la ayuda Divina? Los viejos (el eufemismo “tercera edad” es repulsivo) y las familias conformadas por auténticos creyentes judíos, católicos y protestantes, sabemos que tal cosa no puede ser posible. Maldad y violencia han llegado a límites insoportables. Los 120 mil asesinatos cometidos durante el gobierno de Calderón, los secuestros, extorsiones, asaltos y robos de todo tipo, “maistros” haraganes y sindicalistas mafiosos, son por cierto el rostro de una sociedad que no se quiere ver en el espejo.

Jesús de Nazareth antes de ofrendar su vida como pago de nuestra salvación dijo: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y fatigados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat 11:28-29) ¿Qué yugo preferimos: el de la sociedad atea o el de Jesús?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

e-mail: mahergo50@hotmail.com

Compartir: