LIBROS: SU ENORME VALOR

El terrible nivel educativo, moral, e intelectual de la inmensa mayoría de los políticos actuales en el país (sin distinción de partidos) no les permite entender, ni por error, el valor de los libros. Formados casi como bandas o pandillas para las que el pueblo (ciudadanos) es tan solo la legitimación para hacerse del dinero y el poder públicos, su egoísmo manifiesto les impide valorar las herramientas que les pudieran permitir no solo entender su función, sino trabajar a favor de los gobernados para los que protestan trabajar (convirtiendo su protesta trienal o sexenal en un insulto, en una bofetada al rostro de la sociedad).

     Habrá algunos políticos y funcionarios que ante el párrafo anterior se molesten, se aclara que siempre habrá excepciones que confirman la regla, para ellos siempre el respeto y reconocimiento. Aunque habrá otros, pocos por cierto, que teniendo lecturas lo cierto es que no les han servido de nada que no sea que para agravar su condición contra el pueblo, que sufrido y agraviado (sobre todo en las últimas  décadas) y esperando que sus lecturas produjeran beneficios sociales, lo único que ha recibido son decepción, desprecio, cargas tributarias agobiantes, tratos despóticos, inseguridad total y distanciamiento.

     En buena la hora entonces que la CANIEM (Cámara Nacional de la Industria Editorial) ha despertado de su letargo invitando a sus agremiados a la apertura de nuevas librerías por todo el país, de preferencia pequeñas o medianas (se sugiere desde esta columna, cafetería y regalos en aquellas que espacio y capital lo permitan).

     Mientras que otros giros han buscado la actualización, las librerías o se espantaron ante la realidad o se durmieron en sus laureles, decayendo año con año el mercado del libro. Y aunque Ferias de libros como la de Guadalajara son un verdadero éxito en muchos sentidos, en el de promoción y formación de nuevos lectores no lo son, en gran medida han fracasado al permitir que los aparatejos electrónicos ganen la partida.

     Perdidos en su laberinto de intereses políticos y en mantener en el candelero a las “vacas sagradas” de siempre, se olvidaron de su labor principal que no es otra que la de promover el libro, de enseñar a las nuevas generaciones a gustar del libro y sus enormes beneficios personales, sociales, e incluso espirituales (la Biblia no nomás fue el primer libro impreso sino que sigue siendo el más vendido de todos los tiempos).

     Carlos Anaya Rosique, representante de los editores declaró ante los medios la baja en la ventas de libros y la incapacidad gubernamental (en todos los niveles) para entender la gravedad del problema, puesto que las ventas es el síntoma, no la enfermedad. Un pueblo alérgico a los libros es un pueblo inculto, incapaz de entender su situación, sus debilidades y potenciales, como también imposibilitado para mejorar su condición. No se diga en lo político pues la historia nos enseña que entre más ignorante se encuentra una sociedad, peor es su condición, más indefensa ante los abusos y opresión de quien le gobierna.

     Conocimiento es poder, y los libros lo conceden, sin embargo desde la niñez hay que promover el gusto y afición a la lectura sencilla (como los llamados cuentos de los años ‘40 a los ‘70: El ratón miguelito, pato Donald, Supersabios, Superman, Batman, gato Félix, etcétera) ya que una vez creado el buen hábito, se puede continuar la escala hasta llegar a las lecturas trascendentes, es decir, el libro formal (que puede ser de diversos géneros ya que todos nos aportan algo).

     Incluso hay que educar en el gusto y diversidad de lecturas, de contenidos, pues como todo en la vida también hay lecturas nocivas e incluso repugnantes, de ahí la necesidad de formar a los nuevos lectores ¿Quién podrá hacer esto desde los actuales gobiernos si en los tres niveles y en los tres poderes la mediocridad, la ignorancia y la arrogancia parecen ser el sello de la casa?

     Durante la FIL 2017 en Guadalajara, la Poniatowska ―señora que vive en la luna merced a los privilegios y posición de los que siempre ha gozado― pedía a los libreros que regalaran un día los libros, lo cual es semejante a pedir a las tiendas de abarrotes y supermercados que un día regalen sus mercancías. Petición a la que respondió la presente semana el líder de los editores ubicando a esta señora en la realidad:

―”Todos queremos que nos regalen libros: nadie pide que le regalen ladrillos para una biblioteca, pero sí pide los libros gratis. Eso habla mucho. Este año hay una situación de crisis, de devaluación que impacta inmediatamente. Un punto más en la devaluación significa varios puntos menos en la adquisición de libros. Se olvida que es cultura… Y es que en el 2016, la facturación neta representó una baja del 2.5 por ciento, el tercer año consecutivo que se observa ese comportamiento… Es difícil que alguien diga que no lee…  es de un gran valor simbólico para nosotros… la lectura tiene un gran valor, pero el libro está absolutamente devaluado, despreciado…” (Milenio, 29/Dic/2017).

     Estamos quizá, como sociedad y como parte de la aldea global, en el punto en el que hay que decidir el camino: ¡O se entrega la sociedad mexicana a la irracionalidad de los telefonitos y tabletas para que le (mal)eduquen y controlen; o se inicia una verdadera campaña a favor de la educación y formación sólida de las nuevas generaciones a través del libro! Campaña en la que el gobierno además de aportar las facilidades que la CANIEM le solicita, deberá incluir en el sistema escolar el gusto e interés por el libro a las nuevas generaciones (al autor del presente artículo, todas las tardes de los viernes en el sexto año de primaria se le concedían libros y dos horas exclusivamente para leer, práctica tan hermosa, enriquecedora y positiva, que de esa misma escuela se formaron hombres de la talla de Juan Rulfo, el Ing. Jorge Matute, Gustavo Díaz Ordaz, Guillermo Cosío V., y tantos otros).

     Para lograr lo anterior, la apertura de nuevas librerías que pide la Cámara del ramo no solo es atinada, sino que requiere con calidad de urgencia de todas las facilidades. Esperamos que los gobiernos federal, estatales y municipales hagan su parte en esa noble e importantísima tarea, pero que los libreros en toda la república se atrevan a invertir en la apertura de librerías pequeñas (con material seleccionado y de buena calidad). Tarea en la que la SEP está obligadísima a hacer una labor a largo plazo (comprando en las librerías). De la camarilla de “intelectuales” de siempre mejor ni hablar, pues quien pide que se regalen los libros y vive de eso (y de las becas), no sabe ni lo que dice. FELIZ AÑO 2018.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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