Opinión
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En cada generación y en casi toda sociedad aparecen hombres habladores y réprobos, individuos que con cierto poder y acomodadas las circunstancias pueden convertirse en un peligro. Es el caso del empresario norteamericano Donald Trump, que de pronto le entraron las ganas y deseo por el poder político (el económico ya lo tiene) pretendiendo la nominación presidencial del Partido Republicano, para lo cual ha utilizado como plataforma una agresiva campaña mediática en contra de los hispanoparlantes, pero muy especial en contra de los mexicanos.

Se trata de un hombre ignorante, mega ambicioso, con suerte para los negocios y con una soberbia más alta que los rascacielos neoyorquinos, lo que le convierte en un líder potencialmente peligroso no solo para los mexicanos (de ambos lados de la frontera) sino para la humanidad misma.

El sujeto, hablador, ofensivo y agresivo como todos los de su clase, de pronto encontró en los mexicanos a la peor raza del planeta, aunque por muchos años haya hecho esplendidos negocios con o por medio de nuestra gente. No es ningún secreto que muchos norteamericanos piensan igual que él; el meollo es que tiene acceso a los medios de comunicación y su maldad está permitiendo que los prejuicios de aquellos con los que comparte su miserable visión racial comiencen a aflorar a la superficie. De hecho el jueves 20 de agosto dos salvajes golpearon con una barra de acero y orinaron en la cara a un migrante de origen mexicano (Guillermo Rodríguez) en la ciudad de Boston, argumentando en su perversa agresión ―una vez detenidos por la policía― que Trump tiene razón.

Algunas voces y algunas plumas, de esas que saben mirar todo en color de rosa, aseguran que se trata de un payaso, de un hablador que no significa riesgo alguno. Los mexicanos no podemos olvidar que hace apenas 15 años un payaso  hablador, ignorante y provocador llegó a la presidencia destruyendo en buena medida las instituciones y permitiendo (a causa de su ignorancia e incapacidad) que la corrupción creciera a manera de cáncer invasivo.

En el caso de Donald Trump la situación se complica. Todo mundo pensaba que con sus declaraciones de odio racial se ganaría de inmediato la condena social y el votante norteamericano le repudiaría (se trata según ellos, del país paladín de los “derechos humanos”); lo cierto, sin embargo, es que su posición le ha producido espléndidos dividendos políticos, colocándose muy cerca de Hillary Clinton ―la precandidata del partido demócrata― en las preferencias ciudadanas.

En esta semana Jorge Menéndez (Excelsior) comparaba a Trump con Hitler en sus inicios, opinión que se comparte por el autor de esta columna. Nuestros vecinos tienen que abrir bien los ojos y parar a tiempo a este sujeto belicoso y sin escrúpulos, de lo contrario no podrán pararlo en sus aspiraciones a la Casa Blanca, desde donde podría iniciar el Holocausto final. La cosa es que ya apuntó sus baterías hacia México.

La vida por fortuna nos ofrece a manera de contrapeso el pensamiento y experiencia de hombres brillantes. El ya fallecido expresidente de Checoslovaquia, el escritor Václav Havel señala en sus memorias: “La intervención a tiempo, bien coordinada y decisiva contra Hitler pudo ahorrar al mundo millones de víctimas” (Sea Breve por Favor, Galaxia Gutemberg, pág. 388).

Pero no fue así. Occidente le apostó a la “tolerancia”, a la diplomacia, a la buena fe y como sabemos el resultado fueron más de 60 millones de muertos (entre estos más de 6 millones de judíos). Donald Trump tiene que ser parado en seco y México tiene que hacer su parte desde ahora. La Secretaría de Relaciones Exteriores tiene que utilizar todos los recursos legales y diplomáticos a su alcance y enderezar todas las demandas posibles en contra este perverso (para el que los seres humanos valen por el color de piel y las cuentas bancarias con muchos ceros a la derecha) antes de que sea demasiado tarde.

Le comparto una anécdota estimado lector. En la última década del siglo pasado, el copetón del pelo pintado de rubio vino a Guadalajara (Jalisco, México). Jugó un partido ―o como se diga― contra Enrique Castellanos del Guadalajara Country Club(en donde se  inició de cady para terminar con el paso de los años en excelente maestro), pero como el Señor Castellanos le ganara de manera apabullante (que por cierto es de tez morena y excelente amigo, me consta), el señor Donald Trump hizo semejante berrinche pero se lo tragó, todavía no andaba de político.

La cosa es que el hombre no sabe perder y tiempo después pidió la revancha con el maestro Enrique Castellanos, que como caballero de ese pasatiempo (no sé si sea deporte o no, pero se nota que lo disfrutan) se la concedió. El duelo se celebró en conocido campo de golf de Barra de Navidad (Jalisco) y, ¡oh sorpresa!, que le tunde de nuevo el tapatío. Quizá en su subconsciente el del pelo pintado por eso quiere que los mexicanos levantemos (con cargo a nuestro dinero) un muro entre los dos países. Tal vez la derrota que le propinó hasta por dos ocasiones el maestro tapatío y morenito Enrique Castellanos es tan dura que cree que con un muro ya no la va a ver ni a recordar. ¡Iluso, los muros dividen, no unen, como también dividen su soberbia, odios y ambiciones impías! ¿O usted que cree, estimado lector?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

Email: mahergo50@hotmail.com

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