Opinión
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Desde que el hombre existe en la faz de la tierra, creer en Dios era la opción correcta, la que concedía la razón de ser. En ese largo tránsito los seres humanos han respondido en mayor o menor medida a la voz del Creador, voz que fue cobrando forma escrita en la medida que la revelación iba dándose a través de patriarcas y profetas, hasta llegar a los tiempos del autor de la vida y del mensaje revelado ¡YESHUA HA MASHIACH! (Jesús el Mesías).

La Biblia misma nos narra que en la medida que el pueblo de Dios vivía acorde al mensaje divino, paz y bendiciones se reflejaban en el vivir cotidiano, como también en la estabilidad y prosperidad. No así cuando le daban la espalda al Creador o cuando la fe se concretaba a una simple tradición heredada, a ritos y fiestas sin sentido espiritual alguno, haciéndose réprobos delante de Dios y de los hombres.

Nunca los fanáticos religiosos han sido aceptos ante el trono Divino, su desconocimiento de la fe que dicen profesar, su ignorancia de las doctrinas fundamentales, casi siempre han llevado a la humanidad a etapas de horror y oscuridad. A tinieblas en las que el nombre de Dios es utilizado de manera blasfema y blasfemado por otros a causa de los impostores de la fe.

Y es que no es lo mismo decirse creyente que ser creyente. Jesucristo desnudó este tipo de conductas echando abajo las máscaras: “¿Por qué me decís Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?”.

Cierto, sin la obra y gracia del Espíritu Santo se carece de la capacidad para vivir la fe, pero cuando el corazón realmente está rendido a Dios, su Espíritu se encarga de conceder las fuerzas. Podemos fracasar una y otra vez, pero siempre será mejor vivir intentándolo que permanecer en la zona sin compromiso de la mera teoría.

Los religiosos fanáticos y sin santidad, han sido a lo largo de los siglos causa y efecto del rechazo de otros a la religión al asociar ésta con la intolerancia y la ignorancia. De ninguna manera se justifica su descreimiento, pero se entiende el tropiezo recibido de quienes debieran ser luz y han sido tinieblas.

El problema es que tales tinieblas a partir del siglo XIX, pero sobre todo después de la segunda guerra mundial en el XX, han crecido a tal forma que en lo que corre del XXI son tan espesas que impiden toda visión futura, llenando de temor a muchos y entregando a otros tantos en brazos del materialismo y el hedonismo.

Ya no se trata del ateísmo producto de la dialéctica marxista. Ni siquiera de las filosofías existencialistas de Sartre, Camus y camaradas de la rebelión espiritual que influyeran a varias generaciones de europeos en los años ’60. No, el actual ateísmo es producto del vacío espiritual absoluto en el que se han formado la mayoría de las personas en el mundo posmoderno. Para ellos no hay Dios, no hay Biblia, no hay Mesías, no hay Mensaje, no hay eternidad, ni cielo ni nada.

Viven el ahora sin frenos pero también sin esperanza ¿Podría estar la sociedad humana en buenas condiciones? Es ingenuo considerar que sí. Los estragos múltiples de la drogadicción, la violencia sin freno, las ambiciones desatadas, los asesinatos de mujeres, la corrupción y abuso de niños, la homosexualidad desbordada y demás expresiones de una sociedad hasta ahora desconocida, son por cierto las consecuencias de vivir sin Dios.

El sociólogo Lipovetsky con su narrativa descarnada reconoce y expresa que aun a los que la sociedad considera “ateos” (que no necesariamente lo eran) y cuyas vidas han sido tomadas como ejemplo para negar la eficacia de la religión, estos afirmaron públicamente el valor social de la fe: “Con seguridad, todos los puentes entre moralidad y teología se hallan lejos de estar cortados ya que la mayoría, incluidos Voltaire y Rosseau, reconocen en la idea de un tribunal divino –aunque sea fuera de la Iglesia cristiana- la más sólida garantía de una moral viable” (El crepúsculo del deber, Anagrama, pág. 29)

Así que el vivir sin Dios de gran parte de las sociedades posmodernas ha traído consecuencias catastróficas, haciendo de la vida un suplicio en lugar de una bendición como lo fue por siempre. Fuimos hechos para estar en comunión con Dios, nuestro Creador, y en esta comunión radica la verdadera felicidad. Felicidad que no tiene nada que ver con veladoras, rezos, procesiones y demás expresiones, sino en conocer a Jesucristo como autor y consumador de la fe, quien con su vida y sacrificio en la cruz del Calvario reconcilió al hombre caído con Dios el Padre.

En su mensaje revelado (Biblia) está el manual del fabricante, que aunque puede ser consultado en cualquier computadora, paradójicamente es desconocido por millones de jóvenes y niños en las nuevas generaciones. Desconocimiento que se refleja en las calles de México y de todo el mundo ¿o usted qué considera estimado lector?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

Email: mahergo50@hotmail.com

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