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El siglo XXI es el siglo de las incongruencias. Orgullosos de muchas cosas, gran parte de los líderes posmodernos se ufanan con poca sabiduría y escaso apoyo de conductas y posiciones carentes de cimentación, alejándose de las creencias, tradición e historia que sostuvieron a la humanidad por miles de años. De hecho abiertamente las repudian; cuestión que les deja desnudos ante la vida, aunque ni siquiera lo perciban.

Antes sin embargo, habrá de decirse para los nuevos lectores de esta vieja columna (iniciada en 1986 en uno de los principales diarios del país), que como hace 27 años me encuentro en Puerto Vallarta como conferencista en una reunión teológica, por lo que como todos los años aprovecho esta semana para compartir un tema de reflexión desde esta ciencia que por siglos fuera considerada la reina de todas las demás.

El posmodernismo como escribiera Gilles Lipovestky, se define posteista. De entrada su posición además de infantil y absurda, refleja la rebelión de quienes piensan de esta manera, pues como escribe el teólogo R.C. Sproul “El pecado desenfrenado lleva consigo un odio hacia los valores morales eternos”. Y digo absurda o infantil porque es un reflejo de los berrinches de años recientes, producto de esa nueva educación sin Dios, sin frenos, y sin autoridad ¿Acaso Dios dejará de existir porque una persona niegue su existencia?

Abundando en este punto y como digo con frecuencia en charlas y conferencias, se requiere más fe para creer que de una gran explosión entre dos cuerpos en el espacio nació la vida y nuestro universo (mi experiencia en la vida me ha enseñado que si chocan dos autos nuevos solo queda chatarra y nunca he visto que choquen dos carcachas y resulte un auto nuevo); a que todo cuanto existe es producto del proyecto inteligente de un Dios omnisciente y todopoderoso, que entre sus múltiples atributos posee el del amor, por el cual creó todo cuanto existe, incluyendo al ser humano, entregándonos su creación para que la administráramos. Así que la fe de los incrédulos en realidad supera a la de los creyentes. Nuestra credulidad no da para tanto.

Ni una gran explosión ni la teoría de Darwin pueden convencer a una mente espiritualmente sana. Un ejemplo sencillo: si vacas y caballos pueden caminar desde al nacer, lo cual les permite comenzar a valerse poco a poco por sí mismos (con la ayuda de sus padres) ¿Cómo apareció el ser humano de acuerdo al Big Bang o según Darwin? ¿Ya grande o como nacen desde siempre? Si apareció ya adulto, tanto la explosión como la teoría de Darwin carecen de sentido, y si recién nacido menos porque el ser humano es absolutamente dependiente de sus padres por varios años.

Recordemos que fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza, semejanza que se refleja en nuestra organización, sentido del deber, principios, metas, gusto por el pensamiento, la ciencia y la creatividad, etcétera. Y aun cuando los primeros padres echaron a perder el proyecto original, Dios en su amor y misericordia les concedió su perdón y aunque les tuvo que echar del Paraíso (El sí cumple su palabra; no permitió la impunidad como nuestros gobernantes ―cosa que los delincuentes saben perfectamente―) implementó un plan de redención y reconciliación a través de un Mesías que enviaría como cordero perfecto. Mesías que se entregó voluntariamente muriendo en la cruz del Calvario para salvarnos, pues otros de los atributos de Dios son la justicia y la santidad: la primera exigía de todos y cada uno de nosotros el pago de nuestras faltas (pecados); la segunda no admite el pecado, y como sin santidad nadie podrá ver a Dios, Dios mismo se hizo hombre en la persona del Hijo y pagó con su sangre inocente los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, satisfaciendo así la justicia del Padre y santificando a los pecadores para restablecer la comunión perdida.

Algunos no podrán entender a lo pronto estas líneas, otros sí, depende de actitud y sinceridad espiritual, incluso de tiempo suficiente (sin prisas ni la mente en otras cosas). Ahora bien, por causa de la desobediencia de Adán vino la muerte al ser humano, mientras que por la obediencia del Mesías (Yeshua-Jesús) vino de nuevo la vida eterna pues él venció la muerte como segundo Adán (obedeciendo en todo y sin pecar). Su tumba vacía y el testimonio de los apóstoles y de cientos de judíos de buena reputación que lo vieron personalmente certifican de su resurrección; experiencia que todos los seres humanos probaremos, sin embargo en dos tiempos distintos.

La Biblia nos habla de dos resurrecciones: la primera es la de los creyentes judíos y cristianos de todos los tiempos que le creyeron a Dios y a su Mesías y trataron de vivir en amor y obediencia a su palabra revelada. La segunda es la de todos los seres humanos de todas las épocas y todos los pueblos que no quisieron saber nada de Dios, que le rechazaron con las palabras o los hechos (o ambas cosas) y decidieron vivir como bien les pareció y en rebeldía contra los planes del Creador. Él nos concedió la libertad a través del libre albedrío.

     Así que Dios no condenará a nadie, en todo caso ratificará solamente la decisión que el propio ser humano tomó en vida. Ya muerta la persona no hay rezo ni suma alguna que modifique la posición del difunto ante la presencia del Señor.

En lo personal tengo años de no leer ni escuchar en los medios seculares que se hable del cielo o del infierno, del pecado y todo aquello que se deriva de estos temas que por siempre fueron fundamentales para la humanidad. Hoy, como decíamos al principio, es el siglo de las incongruencias.

Por siempre el orgullo de una persona o de una sociedad eran los logros científicos, hazañas deportivas o heroicas, la erudición en ciertos temas, etcétera, logros que toda la sociedad hacía suyos. Hoy algunos pequeños grupos (que con el apoyo de los medios pretenden crecer artificialmente en número) quieren pasar como “orgullo” lo que delante de Dios es abominable y contrario a natura, conductas que de paso les hacen reos de culpa en el mundo espiritual.

Cercanos al final de nuestro comentario, se reitera que el destino eterno se decide en esta vida y el hombre mismo es quien lo decide. El purgatorio no existe en la Biblia, es fantasía medieval que solo produjo tibios. Delante de Dios: ¡o están sus brazos paternales esperando a sus hijos para recibirles en su reino eterno!; o el destierro eterno que la Biblia denomina Infierno y del que no hablaremos, pues la intención es llevar a una reflexión trascendente y eterna en una sociedad laxa y de liviandades sin fin.

Los griegos, pero sobre todo los romanos, lograron su poder y cohesión a través de mantener la unidad sobre tres principios fundamentales: «religión, autoridad y tradición». La filósofa e historiadora Hannah Arendt advirtió al respecto: ―“Es un error de la tendencia autoritaria en el pensamiento político creer que la autoridad puede sobrevivir al declive de la religión institucional y a la ruptura en la continuidad en la tradición” (La promesa de la política, pág. 88).

De manera que si las nuevas generaciones han roto las bases que sostuvieron con firmeza la sociedad (renunciando a la fe judeocristiana y menospreciando su milenaria tradición que nos nutrió de principios y de una cosmovisión), y repudiado con violencia todo pacto y relación con Dios; es quizá en este momento una última llamada de atención de volver al amor, a la cordura, a la reconciliación con el Creador, a reconsiderar el destino eterno ¿O usted que considera estimado lector?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

 

Email: mahergo50@hotmail.com

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