Opinión
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La violencia manifestada por grupos de incrédulos durante la visita del Papa en Chile, además de tener mucho tiempo de no verse en tierras de nuestro continente (quizá desde la guerra cristera en nuestro país, al menos con esa intensidad), anuncia conductas delictivas que deben alertar a todos los países del continente.

     Los pretextos para dar rienda suelta a las insatisfacciones violentas de la turba fueron dos: los abusos sexuales de curas pervertidos y pervertidores que nunca debieron de cruzar la puerta de entrada de un seminario, y el tema de los indígenas mapuches.

      Ninguno de los dos temas justifica su violenta reacción pues en el fondo todo se origina en su ira irracional contra Dios y todo aquello que les representa la fe judeocristiana. Ese el punto.

      Diez iglesias incendiadas, nueve católicas y una protestante, muestran sin retoques el rostro de ciertos sectores de nuestras sociedades que han abandonado la fe de sus padres y abuelos, para abrazar causas tan cuestionables como su violencia, que como se sabe, la violencia solo engendra violencia.

      Cuando el apóstol Pedro pretendió hacer uso de su espada durante la detención de Yeshua (Jesús) en el huerto de los Olivos, su rabino le reprende con advertencia para los creyentes de todos los tiempos: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mat 26:52). Dios no necesita ni de bravucones ni de violentos que le defiendan. Posee todo el poder para hacerlo solo, si bien su tiempo y métodos no son los del ser humano.

      Dios espera que sus hijos, judíos o cristianos, vivan conforme a su Palabra, de ahí que a los curas pervertidores sus propios hechos les exhiban como farsantes, de usurpadores disfrazados con uniformes de un ministerio para el que ni tuvieron un llamado y mucho menos podrán estar a la altura de tan honroso servicio. Además, y es el caso, el Papa argentino pidió perdón a nombre de la Iglesia, que si bien es impropio e inadecuado porque no fue la Iglesia la que hizo el daño, sino algunos miembros del clero (por lo que su petición debió ser a nombre del clero); tal acto público debió de considerarse suficiente por la belicosa e incendiaria turba. Nunca se justificará que otros paguen el daño de lo que no han causado.

      Pero sin duda que estamos entrado en esa parte de la historia que advierte la profecía, a los tiempos del gran impostor: “el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” (2ª Tes 2:4). Situación que debe alertar a todo el mundo occidental, a sociedades y gobiernos.

      Aquí mismo en México, hace apenas unos días en dos hechos distintos en ciudades cercanas a la capital del país, dos individuos se metieron y apuñalearon personas en iglesias católicas, y en Guadalajara, una banda de ladrones aparentó entrar a orar a un templo para robar la cartera de su bolsa a una señora (todo con frialdad y perfectamente planeado).

     En Europa, las feministas radicales, las nietas del “señorito satisfecho” del que hablaba el filósofo Ortega y Gasset en los años ’30 del siglo pasado, han llevado su ateísmo no solamente al campo espiritual contrario, sino incluso se han convertido en agentes de maldad y violencia. Las llamadas integrantes de FEMEN en la semana que concluye (tercera de enero) protestaron como siempre lo hacen (desnudas y pintarrajeadas), aunque ahora agregaron inusual violencia y consignas contra Dios y contra la fe.

     Ante estas expresiones iracundas y dañinas, como las de Chile, las de México, las de Femen y tantas y tantas más (templos y sinagogas en Europa convertidos en museos, antros y discoteques), es obvio que la intolerancia contra la fe judeocristiana va en aumento en todos los órdenes. Y si tal amenaza desde el mero campo social es una seria advertencia para la humanidad, desde el campo espiritual las cosas se miran totalmente claras, por tanto, el asunto no se puede soslayar. La ley tiene que ser el muro donde se detenga a tiempo este cáncer. Conocemos perfectamente lo sucedido en Europa de los años ’30 y el brutal derramamiento de sangre provocado por el endemoniado Adolfo Hitler (al que casi todos minimizaban y no se le dio la importancia y cuidado debidos para que no creciera ni llegara al poder).

     Sin olvidar, por supuesto, las persecuciones y masacres contra judíos y cristianos organizadas y perpetuadas por el mundo musulmán en Africa, Asia, Europa y Medio Oriente. Entre unos y otros están acorralando día con día a judíos y cristianos, violentándoles e incluso masacrando, mermando sus libertades e intentando denigrar sus creencias. Cierto, tienen todo el derecho a creer en Alá (divinidad inventada por Mahoma), o no creer en nada; lo que si no tienen derecho alguno es a agredir a los que sí creen, mucho menos a hacer uso de violencia contra ellos. Los gobiernos deben someter a incrédulos e intolerantes violentos al imperio de la ley y los creyentes exigir a esos gobiernos que les protejan. El que tenga oídos para oír que oiga. ¿O usted que considera estimado lector?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

Email: mahergo50@hotmail.com

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