Opinión
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La violencia que se padece en México es apenas uno de los síntomas de la enfermedad social que nos aqueja, enfermedad que clasificada desde otros campos pudiera considerarse de muerte. Todos vivimos horrorizados a causa del clima social de violencia imperante, pero casi nadie se pregunta porque las bandas de asesinos se pelean la llamada plaza. Y es que, si no hubiera personas que les compraran sus malditas drogas ¿qué se pelearían? Es obvio que los compradores y consumidores de drogas llevan parte de culpa en esta pesadilla colectiva, en la que dicho sea de paso, no ofrece ningún futuro para las nuevas generaciones. Vivir en muchos de estos casos se ha convertido en un infierno, rectifico, respirar, vivir es otra cosa.

     Confiar en el actual presidente, con su absurda e ilegítima posición de no hacer valer la ley (argumentando falsamente una oposición a la “represión”) es hacerse ilusiones tontas. Sobre todo, cuando formó su gabinete y gran del Congreso con personas sin la capacidad, visión, e inteligencia requeridas, en una palabra, sin el perfil para los cargos y tiempos que se viven.

    Tiempos en los que a muchos ya no se puede considerar que viven. Millones de jóvenes en una u otra forma son apenas sombras. Fantasmas fugaces en el tiempo eterno que les ha tocado en suerte nacer y vivir en México pero que no creen en nada, ni tienen proyecto de nada, ni tampoco desean tenerlo. Quieren vivir el ahora, y este, de manera rápida y violenta.

      Un hedonismo pragmático, en incontables casos violento y promiscuo, caracteriza a gran parte de la masa. Una masa cuyas lecturas se limitan al teléfono portátil y a las redes sociales; lecturas casi siempre sin confirmación y promotoras de conductas producto de la irreflexión y la división, del acusar sin sostén y afirmar sin probar. De esta manera el vacío crece en la misma medida que la insatisfacción interna.

      Unos, arrancados a la fuerza y sin que el gobierno haga algo para devolverlos a casa, otros, de manera voluntaria, carentes de cimientos y un proyecto de vida, se suman a las huestes de las bandas criminales creyendo falsamente que en el dinero rápido y los placeres encontrarán lo que su espíritu vacío gime por encontrar. El espejismo se les convierte de inmediato en bestia sangrienta, una bestia que como la hidra de Lerna produce nuevas cabezas cuyo rostro en ocasiones es el de ellos mismos.

     Alejados de su entorno familiar y habiendo abandonado sus pocos valores mamados en casa, aprenden pronto conductas criminales y en no pocos casos, prácticas satánicas, como es el caso del chamaco que mató esta semana a dos líderes del comercio en el centro de Cuernavaca. La televisión transmitió parte de alguna ‘canción’ hablada (rap o reguetón, no los distingo) por el asesino de estas dos personas y la letra es verdaderamente satánica, escalofriante. Por $5,000 pesos los asesinó. A dos mil quinientos la vida de cada persona, de padres de familia, de ciudadanos, de hombres con responsabilidades en la sociedad, pero que una sombra por unos pesos les quitó una vida que él no tiene. Que le arrebataron o él mismo renunció para convertirse en sombra. Una sombra malvada y perniciosa.

     En medio de todo este espectáculo al estilo de la Divina Comedia del poeta florentino Dante Alighieri, los círculos infernales se reparten en el territorio nacional, Desde Tamaulipas hasta Cancún, desde Tijuana hasta Chiapas, encontrando en medio a Jalisco, Puebla, Guerrero, Nuevo León, Michoacán, y tantos otros puntos de nuestro ensangrentado país.

     Y así como el poeta encuentra en los círculos infernales a prominentes personajes, en esta pesadilla que estamos viviendo despiertos los mexicanos, funcionarios y vendedores de armas de Estados Unidos son parte del cuadro de horror. Ellos han permitido y vendido las armas que han transformado una sociedad en un enorme yermo poblado de fantasmas. Sin duda que compartirán espacio en los círculos descritos por Dante con aquellos poderosos mexicanos que a la sombra de la impunidad han hecho de su país un mundo de sombras y horrores.

     Aquellos que se han unido a los ejércitos del mal nos recuerdan al escritor italo-francés Guillaume Apollinaire, quien gustoso se alistó al ejército galo en la 1ª Guerra Mundial creyendo que hacía bien, pero que una vez consciente de su mala decisión, de que aquello que el había considerado un acto de heroísmo no era sino una horrenda pesadilla colectiva, escribió su conocido poema y con esto nos despedimos por esta semana:

 

                    Con qué alegría marchan los hombres a la guerra.

                    Con qué entusiasmo limpian y cargan sus fusiles

                    Con qué fervor cantan sus himnos de combate

                    Con qué ansiedad toman su puesto en la trinchera

                    Con qué insistencia silban las balas en el aire.

                    Con qué lentitud corre la sangre por su frente

                    Con qué estupor miran sus ojos al vacío

                    Con qué rigidez yacen sus cuerpos en el barro

                    Con qué premura son arrojados en la fosa

                    Con qué rapidez son olvidados para siempre.

Email. mahergo50@hotmail.com

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