Opinión
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Lo mismo que con Vicente Fox nos ha sucedido con Andrés Manuel López Obrador. Desde esta columna se dijo una y otra vez que no eran personas confiables ni capaces para detentar la enorme responsabilidad del poder presidencial. Su limitada formación y capacidad intelectual, sus carencias del verdadero hombre de estado, así como su visión ególatra, maniquea, populista, falaz, pepenadora de cuanta persona y grupo político se les acercara (sin importar su pasado, conducta, o cuentas pendientes con la justicia), encendieron las alarmas republicanas. El futuro del país se ponía en riesgo de llegar al poder semejantes individuos. Lamentablemente gran parte de los votantes cayeron en sus graves mentiras y falsas propuestas. Para eso diseñaron su onerosa y torcida publicidad electoral, para engañar. Para atrapar ilusos e ingenuos (que hastiados de la corrupción creyeron en las falacias).

    En sus costosas e ilegales campañas, subvencionadas con dineros de origen obscuro, cargadas de mentiras y promesas que sabían no cumplirían, ambos han hundido al país en el pozo de la deuda pública y la pobreza; abusando los dos del desconocimiento de la gran masa de la situación real que guardan las finanzas y arcas nacionales: entiéndase deuda externa, interna, de Pemex, CFE y demás. Bastó que llamaran ladrones y corruptos a los que estaban (y muchos de ellos lo eran, y permanecen impunes) prometiendo que de darles el voto los meterían a la cárcel.

Al bribón e ignorante de Vicente Fox además de dedicarle decenas de artículos desde que era (mal) gobernador de Guanajuato, al concluir su nefasto sexenio, le dediqué un documento que contiene información suficiente de los principales yerros y actos de corrupción de su gobierno, así como el terrible estado en que dejó las finanzas públicas. El libro se titula “EL HOMBRE QUE NUNCA DEBIO SER PRESIDENTE”, el cual presenté en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en el año 2007, con una buena acogida por la prensa nacional, extranjera y lectores en general.

En cuanto a López Obrador son tantos los artículos que he escrito acerca de su persona (desde que era candidato al gobierno de Tabasco) y hasta el presente, que los lectores asiduos de esta columna saben que en más de dos décadas jamás he escrito uno solo que le favorezca. Su actitud soberbia, anarquista —no se puede ni debe olvidar su intento de quemar pozos petroleros en Tabasco y la instalación de campamentos en Paseo de la Reforma en la ciudad de México—, belicosa, rebelde a todo orden legal y en contra de las Instituciones públicas, así como su amistad con los que destruyen y repudio para los que trabajan y construyen (que no tiene nada que ver con la izquierda ni con la derecha) me han orillado simplemente a describir sus hechos y acciones públicas. Que, si no le han favorecido, se trata únicamente de la narrativa de su andar político.

Entrando al meollo del presente artículo, las acciones y omisiones presidenciales con relación a las bandas delincuenciales y del narcotráfico, han sumido al país en un pantano de sangre y sumido a la población en desasosiego y temor permanente, que agregado a su pésima estrategia contra el coronavirus (66,329 muertos) mantienen a la inmensa mayoría de los mexicanos en un estrés que no tiene para cuando. Un estrés del que el tabasqueño se ha atrevido a burlar de la peor manera posible, indigna de un hombre de estado decente y sensible al dolor de los gobernados.

En su segundo informe, López Obrador se atrevió a decir que se acabaron las matanzas. En verdad, se ocupa de ser muy cínico o muy mentiroso (o ambas cosas) para afirmar semejante cosa. Tan solo en lo que ha transcurrido de su mal gobierno 53,628 asesinatos se han cometido en México (hasta junio de 2020, Animal Político, 22/Jun). La lista de matanzas es demasiado larga y es del dominio público. Basta recordar la de mujeres y niños de la familia LeBaron en Chihuahua, los jóvenes en un centro de rehabilitación de Irapuato, y la cometida esta semana en un velorio en Cuernavaca, muestras que contradicen la afirmación mentirosa del presidente. El poder ejecutivo requiere de seriedad, visión de unidad y bienestar para todos los ciudadanos. Y no solo para los grupos de incondicionales y las huestes de pobres y jóvenes comprados con el esfuerzo y dinero de los que trabajan.

La impunidad que goza toda la fauna delincuencial en México, con y sin organizar, así como la camaradería manifiesta de AMLO con “el chapo” y su familia, al igual que la intocabilidad para los grandes cárteles de narcotraficantes a los que ofreció desde un principio: ”amor y paz” y “abrazos no balazos”, hacen pensar a millones de ciudadanos de amistad con esos grupos.

Las poderosas armas de los delincuentes (que pasaron por las fronteras y aduanas sin ser molestados), todos los días son usadas para asesinar un centenar de personas en el país, herir a muchos otros, para secuestrar, amedrentar, extorsionar, cobrar piso, asaltar y demás, y nadie en el gobierno las ve ni detecta. Los asesinos las exhiben con ostentación entre una población aterrorizada cuyo gobierno es apenas una caricatura. Un ente que se limita a cobrar impuestos y a organizar elecciones. Nada más.

López Obrador prometió en campaña acabar con los asesinatos y la violencia en el país. Lejos de poner orden las cosas empeoraron. Hasta el presente mes de septiembre no se ha visto una campaña verdadera contra las armas, que dicho sea de paso bajaría los índices de criminalidad. Pero, nada, solo palabras, palabras y más palabras. Tedio matutino insustancial y molesto.

En los años setenta, en Jalisco había muchas armas en las calles (por supuesto que mucho menos que en la actualidad), el entonces gobernador, el Lic. Flavio Romero de Velasco, se fajó los pantalones y con la ley en la mano puso orden en el Estado bajando de inmediato los índices de criminalidad.

Una mañana estando en su oficina en Palacio de Gobierno recibió una llamada del entonces Procurador informándole que había una persona detenida (por traer una pistola) que decía ser hermano del mandatario. Serio y formal en todo (e institucional) como era Don Flavio, pidió al Procurador le pusiera al teléfono a dicha persona. Cerciorado que en efecto era su hermano, su único hermano, le pidió pasara el aparato al Fiscal, quien al preguntar al Gobernador que hacía con su hermano, el Lic. Flavio Romero de Velasco le contestó: Cumpla con su deber ¡consígnelo!

    ¡Ese día perdí a mi hermano!, dijo Don Flavio con un dejo de tristeza, quien nos compartió la historia a un grupo de periodistas algunos años después. El contraste: López Obrador enterado del video de su hermano Pío recibiendo grandes sumas de dinero de manera ilícita para campañas, además de justificarlo, no ha hecho ni dicho pío.

Los indicios sugieren la presencia de un narco gobierno pues no se puede entender de otra manera tanta impunidad para los asesinos y envenenadores de la sociedad, ya que de ser el caso de incapacidad del presidente y su gabinete (una especie de Frankenstein hecho de retazos políticos a la manera de la novela de M. Shelley) la renuncia ya debería haber ocurrido. ¿O quizá suceden ambas cosas? ¿Qué considera usted estimado lector?

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo50@hotmail.com

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