Opinión
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Desde hace más de dos años se señaló en esta columna que López Obrador ya mostraba síntomas de insania mental. Y no considero que sólo su servidor lo haya percibido, queda claro que nadie a su alrededor movió un dedo para detener este deterioro, provocando al país con su deslealtad y falta de ética, un daño que en este momento ya resulta gravísimo.

      Más de 123,000 personas asesinadas, que si se agregan los desaparecidos y los encontrados muertos en las fosas clandestinas (que nunca los suman a los crímenes), la cifra rebasa sin duda los 150,000. Terrible situación, que lejos de hacer entrar en cordura al presidente, le irrita de sobremanera hasta convertirle en un verdadero energúmeno al que nadie a su alrededor se atreve a enfrentar, ni mucho menos confrontar.

      No hay día de la semana que no ocurra una matanza, todas con la bestialidad que caracteriza a las bandas delincuenciales, para las que mujeres y niños no hay diferencia ni consideración alguna. Los criminales al saber que el presidente ‘les abraza’ con la impunidad; ellos le corresponden acribillando sin misericordia a cuanto ser humano se les atraviese en su endemoniada carrera.

      Esta difícil tarea, la de señalar y confrontar al gobierno con lo que sucede, le ha correspondido, como siempre, a la prensa y algunos escritores (no todos; los amigos y favorecidos por la 4-T han callado de manera total), de manera que la lista de colegas ofendidos y atacados desde el púlpito presidencial resulte ya demasiado extensa.

     Tan solo por mencionar dos casos emblemáticos que muestran la locura presidencial, en la semana que concluye atacó a dos grupos: a la comunidad judía y al clero católico, en especial a los jesuitas.

      Sus arrebatos de ira desenfrenada todas las mañanas en Palacio Nacional se han convertido, no sólo en un grotesco espectáculo, sino en fuente de angustia para los mexicanos conscientes como también de desasosiego para la comunidad internacional. No se diga en un momento tan crítico que lo que sobran son orates y lo que falta son líderes cuerdos, visionarios y capaces que resuelvan los problemas que nos agobian.

      De pronto, y tan solo porque en su espacio periodístico en youtube (Atypical), Carlos Alazraki que comparte espacio con la experimentada Beatriz Pagés y el político Javier Lozano mencionara e hiciera público un tema por demás delicado relacionado con el aterrizaje de aviones repletos de pasajeros procedentes de Venezuela, Cuba y otras naciones catalogadas como terroristas (Irán); que sin control ni registro alguno están llegando al nuevo AIFA (y recientemente a Querétaro), el comentario sacó de quicio al inquilino de Palacio, atreviéndose no sólo a agredir y ofender a Alazraki, sino incluso, acusarle de hitleriano.

      Ante el asombro nacional e internacional de semejante agresión contra la libertad de expresión y una actitud de antisemitismo, al siguiente día, lejos de enmendar su grave yerro, la arremetió ya contra toda la comunidad judía mexicana, diciendo en su escarnecedora e insana perorata, que: “Eso no quiere decir que toda la comunidad tenga una especie de patente de corzo para poder dañar, afectar un movimiento de transformación nada más por sus pensamientos, su conservadurismo y, repito, su hitlerismo”(Mural, 1/Jul/2022).

      Ya había agredido y ofendido a Alazraki, sin embargo, y lejos de disculparse, al día siguiente de nuevo lo hizo: “El señor Alazraki, pues es seguidor del pensamiento de Hitler”.

     Quizá no existe ofensa mayor para un judío (después de la Segunda Guerra Mundial) que compararle con Hitler, y López Obrador lo hizo con Alazraki y con toda la comunidad judía mexicana, mostrando un antisemitismo desconocido hasta ahora, como también un desconocimiento de la historia de México.

      López Obrador ignora, como tantas otras cosas, que México está ligado totalmente al pueblo judío por dos grandes lazos indisolubles: la sangre y la fe. Desconoce que en el primer viaje de Hernán Cortes más de una veintena de judíos españoles le acompañaban. De hecho, dos de ellos, Hernando Alonso y Gonzalo de Morales, murieron en la hoguera inquisitorial en Santiago Tlatelolco en el año 1528.

     Ignora que cuando menos un 30 por ciento de los ibéricos que formaron la Nueva España, eran judíos españoles y portugueses, los cuales fundaron varios centros poblacionales, como son los Altos de Jalisco, Nuevo León (Monterrey) y Nuevo México (Albuquerque, Santa Fe, Las cruces), así como otros centros mineros, en especial Taxco y Zacatecas; incluso la ciudad de México, en la que un poco más del 25 por ciento de la población (en 1550) eran sefarditas. Es decir: millones de mexicanos tenemos sangre judía y a mucho orgullo, este escritor es parte de ese numeroso grupo. Así que al ofender el presidente a Carlos Alazraki y a la comunidad judía, nos ofende a todos.

     Por otro lado, y aunque se dice ‘evangélico’ (que es obvio que no lo es, solo de membrete), ignora también que el cristianismo no es otra cosa que la versión gentil del judaísmo. Cualquiera que conoce a Dios y conoce las Sagradas Escrituras lo sabe: creemos en el mismo Dios, en las mismas promesas y en las mismas doctrinas sostenemos nuestras creencias. Claro, que con mayor o menor diferencia en la medida que la pureza doctrinal domine a la corriente.

     En el otro arranque de locura, el presidente, lejos de acercarse a la comunidad jesuita para ofrecerles palabras de empatía y aplicar la ley. Al contrario, los ofendió por varios días seguidos. Basta reproducir algunos textos de sus desafortunadas y perversas declaraciones para constatar que además de no estar bien de la cabeza y del corazón, no es una persona apta para semejante responsabilidad:

 

“…Y esas expresiones de que ya no nos alcanzas los abrazos. ¿Qué quieren entonces los sacerdotes? ¿Qué resolvamos los problemas con violencia? ¿Vamos a apostar a la guerra? ¿Por qué no actuaron cuando Calderón, de esa manera? ¿Por qué callaron cuando se ordenaban las masacres, cuando se puso en práctica el ‘mátalos en caliente’? ¿Por qué esa hipocresía?”

 

      Quizá las lecturas y acciones del principal comecuras y perseguidor de la fe en el siglo XX, su paisano Tomás Garrido Canabal, influyó en su formación, por lo que ante las circunstancias que le incomodan, afloraron de inmediato las raíces del mal. Un mal que avanza en la cabeza y corazón del titular del poder ejecutivo, dañando de manera grave la situación actual de México, así como su destino. Mal ya detectado, al que ahora le ha agregado dos graves tumores: antisemitismo y comecuras.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo1950@gmail.com

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