Opinión
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La inmensa mayoría de los diputados y más de dos terceras partes de los senadores en México no nos representan en verdad. Son ajenos a los mexicanos y no les importa un comino el destino del país. Sólo miran por su bolsillo y su dizque carrera política, que en la mayoría de los casos no lo es, pues se trata de simples vándalos o vividores del presupuesto incapaces de vivir decorosa y decentemente fuera del gobierno. No podrían, su mediocridad, ausencia de carácter y nula visión de estado (ni que decir de su desconocimiento de la problemática nacional y la búsqueda de soluciones viables, legales y adecuadas) les impiden ver más allá de sus quincenas seguras y abultadísimas prestaciones, dicho sea de paso, por demás inmerecidas.

     Votar en bloque (los diputados) una Reforma Energética sólo para dar gusto al dictador de Palacio Nacional, les muestra ante el pueblo carentes de toda inteligencia y compromiso con la Nación, les priva de respeto ante los ciudadanos que dicen representar. En su ignorancia (que no es el caso de algunos, lo que les hace peores todavía) desconocen o menosprecian que cada voto debe ser razonado, anteponiendo siempre el bien de México y de los mexicanos. Pero no, no lo han hecho así. Se han plegado sin respeto alguno para el pueblo, para México y para ellos mismos como personas, a los deseos absurdos y malvados de un hombre que jamás debió llegar a la presidencia. De un enloquecido por el poder que día con día destroza algo de la nación en detrimento de todos y de las nuevas generaciones en particular.

     Si creen estos lacayos que cobran como diputados o senadores que sus decisiones en las Cámaras no les afectan, están rotundamente equivocados. Les afectan a ellos, sus hijos y nietos (si es que los tienen). Lágrimas y dolor les llegarán a su tiempo recordándoles sus acciones indignas y traidoras a los mexicanos.

    Han tomado las Cámaras no como lo que deben ser, santuario de exposición y debate de las mejores ideas y soluciones para el país (siempre al amparo de la Constitución y tutelando con celo el estado de derecho), sino como un ring de perdularios o lavadero de gentuza no apta para tan alta responsabilidad.

     Un caso: esta semana todos los medios dieron la noticia de un diputado homosexual envuelto en un escándalo mayor.  Antes que nada debe señalarse que para legislar no se requiere de conocer las inclinaciones o perversiones de la persona. Se requiere de conocimientos, capacidad, de madurez cívica y política para ejercer una tarea por demás importante, de crear leyes y buscar que las leyes vigentes sirvan para mantener y mejorar el orden legal y la armonía social ¿A quién se le ocurrió lanzar de diputado a un pervertido sexual? ¿Cómo admitir que además de su condición lacayuna ante el dictador de Macuspana, hayan promovido y admitido en la Cámara a un degenerado? Un pervertido operado de la cola que ahora se hace pasar por ‘mujer’ (algo que jamás será, la naturaleza es sabia y tiene sus reglas) el cual esta semana fue exhibido en la Cámara por promover videos pornográficos. Y quien al ser confrontado por sus acciones, con total cinismo dijo que ‘era puta’, que a eso se dedicaba. ¿Y el enorme sueldo y las abultadísimas y millonarias prestaciones que perciben durante los tres años?

     Queda claro que los partidos políticos se han corrompido hasta el tuétano, han olvidado su razón de ser. No es posible que semejantes especímenes ocupen una curul. Solo así se puede entender la razón de tanta bajeza y limitación, de tanta incapacidad y desconocimiento de las tareas legislativas. Han convertido la política nacional en un simple negocio, en una piara. Las pandillas y las bandas han suplido a los Partidos Políticos.

     Haber pasado el Senado la propuesta para mantener el Ejército hasta el año 2028, es decir, para MILITARIZAR del todo nuestro país, ha sido el colmo de la traición a México y a los mexicanos. Tanta sangre y tanto esfuerzo para devolver a la milicia a los cuarteles en el siglo pasado, para que una falsa izquierda (simples vándalos con coritos y consignas para parecer de izquierda) se haya encargado de entregarles todo el país con absoluta irresponsabilidad y facilidad.

     A los mexicanos nos queda claro que la razón de legislar la permanencia del Ejército en las calles es otra. Todos sabemos, incluyendo a López Obrador en primer orden, que el Ejército es un caro adorno en las calles, que al igual que la Guardia Nacional (que es lo mismo) lo único que hacen es pasearse sin tocar en absoluto a las bandas de delincuentes. No tendríamos una impunidad del 97 u 98 por ciento si no fuera así. La política de abrazos no balazos ha sido clara y contundente.

     La mayoría de los diputados y senadores, así, con minúscula, son simples empleados del presidente, usurpadores de un escaño pues no representan a sus votantes ni mucho menos sus intereses. Solo representan a los suyos propios y a los de su patrón, el dictador. Así que ningún comentario al respecto mejor que el de un periodista y legislador del siglo 19. De un liberal de verdad y no anarquista y enemigo del trabajo como tanto zángano que padecemos en el poder público:

 

“Para devolver al país la seguridad se necesitan medios eficaces y sencillos: emplear en este objeto la fuerza pública hasta llegar a impedir que se cometan robos y plagios. Esta es la primera, la más imperiosa necesidad de la situación, y a ella puede atenderse bajo el pleno régimen constitucional, y respetando todas las garantías individuales, sin más dificultad que la de aumentar los gastos públicos en algún capítulo del presupuesto. Para perseguir a los malhechores, para prevenir la comisión de los delitos, para hacer reinar la más completa seguridad en los caminos y poblaciones, no se necesitan arbitrios extraordinarios, ni levantar una nueva dictadura…” (Francisco Zarco, Periódico El Siglo Diez y Nueve, 16/Ene/1869)

    Y para que no queden dudas al respecto, de que solo en la legalidad podemos mantener la vida republicana, anexamos un comentario de Don Vicente Riva Palacio, héroe, diplomático, legislador, militar, escritor y periodista también del siglo 19, cuyas palabras sujetan a las Cámaras y a los gobiernos al imperio de la ley: “El bien del país no está en que la sucesión constitucional del poder sea pacífica, sino en que la Constitución sea siempre acatada y obedecida” (Periódico El Radical, 26 de mayo de 1876). Lo dicho: diputados y senadores no nos representan, con la excepción, claro, de un puñado de valientes y dignos en el Senado, entre ellos un trío de Senadoras, capaces de hablar y votar con la alta responsabilidad que tienen y con un genuino amor a México. A todos ellos, muchas gracias por hacer oír nuestra voz y representarnos (y sigan adelante).

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo1950@gmail.com

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