NI LAICO, NI CRISTIANO

 

     Ver al López Obrador —en su calidad de presidente de la República— arrodillado en el Zócalo de la capital del país, en un rito pagano dirigido por brujos y líderes religiosos indígenas, resultó indignante, impropio absolutamente de un jefe de estado. Si él en lo personal es creyente de estas religiones paganas, la Constitución le permite serlo en lo privado, pero atreverse a participar en semejante acto con la investidura presidencial, además de echar por tierra su falso laicismo, de paso acabó con su credibilidad moral en esa área.

     Desde esta columna se criticó en su momento al entonces presidente Vicente Fox por arrodillarse ante el Papa, y eso que este país se considera cristiano, ¿cómo admitir lo que hizo AMLO en el Zócalo mientras todos los mexicanos y las televisoras transmitían semejante desatino?

No se debe olvidar que durante su campaña López Obrador se declaró cristiano “evangélico”, y aunque los evangélicos (o neo cristianos) carecen de la solidez doctrinal y teológica del protestantismo histórico, la lectura frecuente de la Biblia les hace saber a los evangélicos que esas prácticas paganas (mezcladas con brujería, es decir, “limpias”) son abominables delante de Dios. Advertencia que no debía ser desconocida por el tabasqueño, pero que, aun así, no solo lo permitió, sino que se arrodilló reconociendo una autoridad espiritual sobre él:

“No habrá entre vosotros… quien practique adivinación, ni agorero, ni sortilegio, ni hechicero, ni encantador, ni adivino… ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Yahwéh cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Yahwéh tu Dios echa estas naciones de delante de ti” (Deut 18:10-12).

     Sus seguidores, muchos de ellos fanáticos, por tanto, impedidos a evaluar con objetividad lo que sucedió, argumentarán que lo hizo para congratularse con los grupos indígenas. Argumento insostenible por varias cuestiones, la primera, que un presidente de México además de que debe mantenerse laico, pues gobierna para todos, incluso para los que no creen en nada, pudo acercarse a esos grupos y expresar su apoyo como titular del Ejecutivo. Segundo, no aceptar bastones de mando pues al hacerlo implica que hay otros países y autoridades dentro del nuestro lo cual además de falso, viola la Constitución que horas antes había protestado cumplir y hacer cumplir, y estos grupos tienen las mismas garantías y derechos que todos los mexicanos. En todo caso al presidente le compete que tales cosas se conviertan en una realidad (pero en la misma medida que nos atienda a todos, ¡A TODOS!).

     Ni siquiera el argumento de marginación y pobreza es válido, pues gran parte de estos grupos no quieren abandonar su modo de vida y para dejar la pobreza, muchos de ellos tienen que integrarse a la sociedad y el trabajo de toda la Nación. El Presidente Benito Juárez (tan querido por AMLO) deseó mejorar su condición social y lo logró; decisión que le llevó a abandonar sus costumbres, a educarse y esforzarse como todos los mexicanos hasta llegar al máximo sitio de honor. Con la diferencia(s) de López Obrador que Juárez se hizo rodear de grandes pensadores con un amor a México excepcional y no utilizó el juego sucio para llegar al Poder Ejecutivo; mientras que AMLO utilizó desde el primer año de Peña Nieto legiones de fanáticos en la red y en los medios para descalificar su persona y trabajo (sin tregua alguna), hasta convertirlo en un monstruo social que nunca fue, en tanto que le allanaban a él el camino para presentarlo como el salvador de la Patria. Un salvador que nunca será.

    Levantarse como apóstol de los grupos indígenas es postura de sobra conocida, posición que siempre les mantiene hundidos mientras que sus redentores se hacen de fama y poder. Los mexicanos de origen indígena, deben madurar y abandonar esa postura siguiendo el ejemplo de Juárez ¡madurar y hacerse mexicanos!

     La gran escritora sirio-mexicana Ikram Antaki antes de morir dejó este recado: “Todos los pueblos entienden, con la madurez, que existen escalones en la vida de las naciones, unos de servidumbre, otros de liberación. Para alcanzar ésta, sus mejores hombres deben pasar por todas partes, por toda la enciclopedia, alzarse por encima de los órdenes antiguos, sin burlarse de ellos, mostrar que el espacio de la política y la economía ha cambiado; deben conocer todo el pasado, luego dejarlo y recomenzar. No será un nuevo nacimiento; estos no existen. La historia avanza y retrocede vacilando; ignorar el pasado expone a repetirlo” (El pueblo que no quería crecer, págs. 66-67).

     Nuestra historia nacional nos enseña que requerimos de auténticos gobiernos laicos, y esta laicidad implica no participar en las creencias paganas de los indígenas. López Obrador debutó mal como presidente. Acabó ese día con la laicidad oficial y su “cristianismo” evangélico que presumió durante su campaña resultó falso.

     Quiera Dios pasar por alto (este periodista no tiene el problema de la laicidad) el desatino del presidente y lo remita a su sola persona y no al país, somos ajenos, haciendo mía —y de aquellos que se unan— la oración de un hombre al que muchos juzgaron de ateo, pero que en realidad era un hombre de fe, quien casi al final de sus días exclamó: “Ya no es por lo tanto a los hombres a los que me dirijo, es a ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos; si está permitido a unsa débiles criaturas perdidas en la inmensidad e imperceptibles al resto del universo osar pedirte algo, a ti que lo has dado todo, a ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar con piedad los errores inherentes a nuestra naturaleza; que esos errores no sean causantes de nuestras calamidades” (Voltaire, Tratado sobre la Tolerancia, cap. XXIII) Amén!

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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