JUICIO ILEGÍTIMO CONTRA SERGIO AGUAYO

La libertad de expresión es fuerte y frágil a la vez. La historia, en especial la nuestra, ha demostrado tal fortaleza pues ni dictadores, ni populistas violentos han logrado acallar las voces y plumas comprometidas con la verdad. Paradójicamente la libertad de expresión es tan frágil como la intolerancia de aquellos gobernantes que no aceptan más que su propio criterio, capaces de romper la legalidad cuando su gran ego se siente amenazado o herido.

     Incapaces de entender la democracia y la vida republicana –aunque a diario la mencionen en sus discursos vacíos y falaces-, mucho menos de aceptar sus reglas: los líderes autoritarios y totalitarios no admiten la crítica, de ahí que la prensa en sus diversas expresiones, y de no ser la propia (la pagada por el estado o la corrompida con dineros públicos), les resulta siempre molesta.

    En la democracia todas las voces y opiniones caben, aun cuando no asista la razón, siempre y cuando los límites legales sean respetados. La democracia se construye con la integración de diversas cosmovisiones que se ajustan y acomodan dentro del marco legal y la tolerancia, produciéndose pesos y contrapesos que conforman el equilibrio social. Factores indispensables para que la libertad de expresión encuentre su cauce y oxigene el campo de la verdad.

    Así que la sentencia condenatoria dictada por el magistrado Francisco José Huber Olea en contra del periodista e investigador Sergio Aguayo Quezada, por un artículo de su autoría publicado en la cadena de diarios Reforma (Mural, en Guadalajara) es un ataque brutal y directo en contra de la libertad de expresión. Una muestra patética de un estado dictatorial e intolerante que intenta amenazarnos a todos los periodistas para que guardemos silencio ante la corrupción, negligencia, e incapacidad que han caracterizado a los últimos gobiernos, pero que en el actual se han agudizado.

    Entrados en materia, recuerdo en los años noventa, recién iniciado el primer gobierno panista en Jalisco (su servidor todavía mezclaba periodismo y abogacía), pregunté al secretario de un juzgado civil acerca de una fecha para realizar una diligencia. El joven abogado sin inmutarse siquiera me respondió “¡Hasta el año próximo! Después de cerciorarme de que había escuchado bien, que no era un error, sobre todo tomando en cuenta que estábamos a mitad del año (y que cuando gobernaban los otros, los criticados, el tiempo de espera era más o menos una semana, quizá diez días si estaban saturados de trabajo) me dirigí con el juez para quejarme, quien sin inmutarse apoyó a su secretario.

    Ante semejante barbaridad y obstrucción en la impartición de justicia, pedí ayuda a mi amigo y compañero de oficio el magnífico y certero caricaturista Rodolfo Caloca, cuyos trazos y denuncias por muchos años en la página editorial del diario El Informador hacían temblar a malos funcionarios o servían para poner remedio ante las deficiencias señaladas. En su caricatura del día siguiente, Rodolfo dibujó a un juez furibundo (puso el número del juzgado) diciéndole a los litigantes “¡Diligencias hasta el año próximo!”.

     Una semana después o quizá poco más, me encontré al referido juez en los pasillos de los juzgados. Le saludé, su cara se endureció y me preguntó que si la caricatura que había publicado El Informador era por lo que me sucedió a mí, ya que por eso lo habían destituido del cargo. Le respondí que sí, para luego decirle, “que así como los jueces están para impartir justicia, mi trabajo de periodista era para señalar esas irregularidades”.

     El ejercicio periodístico sirve entre muchas otras cosas para evitar los abusos del poder público, para denunciar la corrupción o para que enderecen el rumbo (que con demasiada frecuencia pierden los gobernantes). Quizá en algunas ocasiones se puede perder un poco la necesaria objetividad ya que como ejercicio humano existe la posibilidad de error; riesgo que sin embargo queda dentro de la libertad de expresión y que puede ser subsanado con la aceptación del error. Nada más. Tasar con dinero un supuesto ‘daño moral’ no es otra cosa que la guillotina pecuniaria contra todo el gremio para pretender silenciarlo. Es la roca de Tarpeya –como decían los franceses durante la revolución a la guillotina- en el cuello (mejor dicho en el patrimonio) de todo periodista que se atreva a criticar a los políticos y funcionarios públicos.

    La absurda, represiva y anticonstitucional sentencia dictada contra Sergio Aguayo (condenándolo al pago de $ 10’000.000 millones de pesos) no solo refleja la corrupción gubernamental, divorcio con el pueblo y la ilegalidad de la resolución, sino que representa UNA AMENAZA CONTRA TODO EL GREMIO PERIODISTICO. Es obvio que el corrupto magistrado que dictó la sentencia vive fuera de la realidad de la mayoría de los mexicanos ¿acaso desconoce que la inmensa mayoría de los mexicanos gana mensualmente entre 6 y 8 mil pesos? ¿Acaso desconoce que los periodistas tenemos ingresos modestos? Queda en claro, y es parte de su exhibición ante todos los mexicanos, que la cantidad fijada en su sentencia es una estupidez, un absurdo, un asunto fuera de la realidad.

     Eso por un lado, por otro, el daño moral se repara moralmente. Es decir, si hubo un juicio de valor equivocado éste, una vez comprobado, se remedia con el reconocimiento de que se cometió un juicio equivocado, sin bases o no suficientes. Cuantificar el supuesto ‘daño moral’ en un país poblado de funcionarios y ex funcionarios corruptos e inmorales provenientes de todos los partidos, sin excepción, es simplemente una AMENAZA ABIERTA CONTRA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

      Los ataques continuos de AMLO contra los periodistas que le incomodan utilizando sus lecheras conferencias en la madrugada en Palacio Nacional son inadmisibles. Desde su púlpito de una pureza moral (que no concuerda con la realidad) los nombres de periodistas como Enrique Krauze, Ciro Gómez Leyva, Héctor de Mauleón, entre muchos otros, así como el escritor Javier Sicilia y los activistas chihuahuenses LeBarón han sido atacados desde el poder, estigmatizados, lanzados a las huestes de los feroces leones de las redes sociales fieles al actual régimen para que los destrocen.

     A finales de 1923, el Lic. Pedro Flores González (tío abuelo mío, hermano de mi abuela paterna), dueño y director del periódico EL MAÑANA en la ciudad de México (aunque él era de Tepatitlán, Jal.), a causa de su trabajo, de su compromiso con la verdad, fue amenazado varias veces por el general Alvaro Obregón, finalmente, en diciembre de 1923, le destruyen y queman las instalaciones y maquinaria del periódico.

     En una imprenta maquila su último número de EL MAÑANA, el cual es publicado el 28 de diciembre de 1923, denunciando entre otras cosas y noticias: -“…Estamos acostumbrados a la lucha y sabemos que más valor se necesita para escribir unas cuartillas, en las que se dicen tres verdades, que para recorrer la línea de fuego, con un fusil  que siquiera puede servir para la propia defensa de la vida. Pero la pluma hiere y hace mayores estragos que todas las armas inventadas…  matándonos con el salvajismo de que siempre hacen gala, llegarían a cerrar nuestros labios, porque en la conciencia de todo el pueblo de México está que ‘El Mañana’ no ha servido a ningún partido político y sí ha procurado que triunfen la verdad y la razón” (a finales de enero de 1924 es asesinado el Lic. Pedro Flores González).

     El presidente López Obrador deberá aceptar y aprender la validez de la crítica periodística, de su necesaria existencia para la democracia, de su obligación de respetar el oficio y a los que lo ejercemos. Es parte de sus deberes. Un abrazo solidario para mi amigo de juventud y compañero de oficio Sergio Aguayo Quezada.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

Email: mahergo50@hotmail.com