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A la larga lista de fracasos e incumplimiento de sus deberes, López Obrador (acompañado por muchos gobernadores), le ha agregado otro grave y pernicioso, síntoma inequívoco de un estado al borde del colapso: ¡la imposibilidad de los mexicanos a viajar por las carreteras del país!

Primero fue una amplia zona de Michoacán y Guerrero, luego se sumaron varios Estados del Pacífico y el norte del país: Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Zacatecas y Coahuila, lista a la que se sumaron regiones de Veracruz, Puebla, Morelos, San Luis Potosí y últimamente Jalisco.

Respecto a éste último Estado, el gobernador actúa de manera semejante al presidente, molestándose por cualquier crítica a su cuestionable labor, la cual también se ha visto terriblemente empañada por la violencia. Los asesinatos son cosa de todos los días, ni qué decir de los cientos de desaparecidos, cuya ausencia es dolor continuo para las familias, lo peor que sin visos de resolver.

    A este clima de violencia se debe agregar la inutilidad de un poder judicial que en materia penal lleva años de degradación hasta convertirse en un costoso ornamento. Fuera de algunos jueces y funcionarios probos en la Fiscalía (los menos), la justicia ha quedado fuera del alcance del pueblo, es decir, DE TODOS LOS CIUDADANOS, DE TODOS (y no solo de poderosos e influyentes; o los que en el caso del tabasqueño confunde con sus fanáticos incondicionales).

La justicia en Jalisco (y muchos otros Estados del país) es letra muerta. Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión, por hoy nos avocamos al derecho de los mexicanos a transitar libremente por las carreteras y caminos del país; derecho que ha sido eliminado por las bandas de asesinos que tienen ya casi todo México bajo su control ¿En qué quedó entonces el artículo 11º constitucional? En letra muerta.

Cada vez son más las carreteras del país que ya no pueden ser utilizadas por los mexicanos. Por ejemplo: la ruta Monterrey-Nuevo Laredo, a la que se le puso el nombre de “La carretera de la muerte”. Nadie puede circular por ella que no sean los criminales o los vehículos del gobierno ¿qué raro, no cree usted lector? Algo debe haber que a los vehículos del gobierno sí les permiten pasar ¿Será que los abrazos son devueltos al estado mexicano por los criminales por no tirarles balazos durante sus interminables asesinatos y delitos?

En el caso de Jalisco, el problema comenzó cuando ya no se podía viajar a la zona de Teocaltiche (en poder de las bandas de asesinos), luego se agregó la zona norte del Estado, en la que no hace mucho fueron asesinados un médico y otros viajeros en diversos hechos. Y aunque pareciera no creíble, el gobernador, lejos de poner remedio a esta anomalía (que es parte fundamental de sus deberes) se enfurece a la vista de todos, al grado de negar los hechos.

En días recientes el cardenal de Jalisco fue detenido por un retén de los criminales, hecho que fue publicado en los medios, y negado por el titular del ejecutivo estatal. Luego se juntaron para ‘dialogar’; como si hacer valer el estado de derecho requiriera de diálogos. Y por si le quedaran dudas al gobernador de quien gobierna realmente en ciertas regiones de Jalisco, en la semana anterior un viaje del obispo de Autlán (rumbo a Aguascalientes) fue asaltado y despojado de su vehículo entre San Juan de los Lagos y Encarnación de Díaz.

En la misma situación se encuentran los ciudadanos de todos los Estados ya mencionados, y por consecuencia, los mexicanos que queremos o necesitan transitar por esas carreteras; hoy bajo control absoluto de las bandas criminales, nos resulta imposible hacerlo. Queda claro que las bandas de “Los plateados” que describiera Ignacio M. Altamirano en “El Zarco”, o las múltiples bandas señaladas por Don Manuel Payno en “Los Bandidos de Río Frío”, eran meros aprendices frente a las organizadas y fuertemente armadas bandas criminales que se han adueñado de las carreteras y grandes zonas del país.

      Y se han adueñado simple y sencillamente porque el actual gobierno de López Obrador se los ha permitido. Les ha entregado el territorio nacional a las bandas de asesinos. Y no se trata de manera alguna de una “estrategia” para abatir los índices de criminalidad. Eso es un mero pretexto para engañar ingenuos. Es parte de un plan, tengámoslo por seguro, un plan en el que todas las fuerzas enemigas del orden y la legalidad se han aliado para que la auto llamada 4-T retenga el poder y ya no lo suelte. Utilizaron la democracia y sus reglas benignas de convivencia y armonía social para hacerse del mismo.

Solo la desmemoria y la ignorancia puede desestimar la conducta de un anarquista que siempre aborreció el orden y las instituciones, que ya en la presidencia se atrevió a declarar dominado por la ira (de la que es presa a diario) y para intimidar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación… “¡Y que no me vengan con esa de que la ley es la ley!”. Pues sí presidente, LA LEY ES LA LEY, LE GUSTE A USTED O NO.

En todo país civilizado sólo el imperio de la ley puede garantizar el orden, la armonía social y la supervivencia. Valores y garantes que hemos perdido en un corto tiempo al grado que ya ni siquiera podemos viajar por nuestras carreteras. ¿Y las televisoras, y los periódicos, y las estaciones de radio por que callan ante semejante pérdida de libertades básicas y fundamentales?

A causa de esto es que ahora los viajes en avión van saturados y los aeropuertos hacen las veces de central camionera (excepto el de “Santa Lucía” que nadie quiere, ni los fanáticos). Los mexicanos temen con horror viajar por muchas, pero muchas carreteras del país, de ahí que viajen en avión no por gusto, sino a causa del peligro que corren sus vidas viajando por tierra.

En síntesis: es deber ineludible del presidente López Obrador (y de los gobiernos estatales involucrados), que las carreteras del país sean recuperadas de inmediato para uso de los mexicanos. De lo contrario y como le dijera el Sr. Alejandro Martí en Palacio Nacional a las autoridades de seguridad del gobierno de Felipe Calderón: “¡Señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien, pero no sigan ocupando oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, que eso también es corrupción…!” (21/Ago/2008).

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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No es necesario citar textualmente la Constitución para señalar los deberes del presidente de la República. La inmensa mayoría de los mexicanos los saben y esperan que se cumplan, en especial, cumplir y hacer cumplir la ley. Sin embargo, el actual titular del poder ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador se limitó a ganar las elecciones para el cargo, lo que nunca ha sido es presidente. El cargo le quedó inmensamente grande, por eso repudia sus deberes (repudio alimentado por su formación anarquista y su ego enfermizo hasta lo irracional), incapaz de admitir su conducta réproba y cuasi delictiva.

     Dicho en otras palabras: su ignorancia, incapacidad, limitaciones, pero sobre todo, su rechazo a no aprender y mucho menos reconocer sus incontables yerros e inacciones (derivadas de su altísima responsabilidad), le condujeron casi de inmediato al repudio voluntario de la presidencia de México; cargo que detenta en lo formal, pero jamás en lo real. El caos en el que se encuentra el país lo demuestra y le exhibe a diario.

     La cuestión de fondo es que no podemos detenernos en el diagnóstico. La gravísima situación en la que se encuentra el país requiere de un retorno inmediato al orden legal, por tanto, al estado de derecho. El poder en manos de los delincuentes de todos tamaños y colores debe ser detenido y recuperado de inmediato por la República. Las instituciones públicas no pueden seguir el deterioro, inacción y envilecimiento al que una persona no apta las ha conducido.

     El país se encuentra bañado en sangre y sometido al terror impuesto por las bandas criminales ante la complacencia e inacción de López Obrador, al grado que en estos días un ejército de estos criminales cerró la carretera entre Ciudad Victoria y Monterrey con todos los daños que esto ha ocasionado reclamando liberen a su líder; un asesino llamado Octavio Leal Moncada detenido en Monterrey, N.L. por un crimen pendiente de pagar (que sin duda la lista es larga) y amenazando con atacar y hacer más daño.

     Las masacres que suceden todos los días y todas las semanas, jamás cesan ¿y qué hace el presidente? Nada, absolutamente nada. Es un hombre sin entrañas, ajeno al dolor del prójimo, capaz incluso de disfrazarse de cristiano evangélico, sin embargo sus acciones y palabras le ubican en el bando contrario. Se preocupa únicamente de las siguientes elecciones. La muerte, el desplazamiento de poblaciones enteras, el despojo de bienes y el dolor de millones de mexicanos que sufren por causa de los delincuentes engreídos e intocables no le importan, le son cosas ajenas.

      La llamada Guardia Nacional solamente es un costoso ornamento que no sirve para nada a los mexicanos, su función se limita a ser llevada a lugares donde han acontecido masacres para hacer rondines y aparentar ‘hacer algo’, pero sin jamás molestar a los asesinos y delincuentes.

      Y si de repente se topan con un acto delictivo in fraganti (como sucedió en el Estado de Hidalgo en donde encontraron a una banda robando combustibles) y siendo recibidos a tiros, los uniformados se atrevieron a repeler y abatieron a dos delincuentes. No lo hubieran hecho. La turba enardecida no solo les expulsó del pueblo, sino que se atrevió a echarlos de su cuartel y dañar las patrullas. Ese es una caricatura de estado mexicano, una burla.

     Las bandas delincuenciales ante los abrazos ofrecidos por el gobierno le han tomado la palabra y se han apropiado de grandes zonas del país, provocando con su presencia; desde el abandono total de comunidades (con todo el daño que esto ha provocado a decenas de miles de mexicanos), hasta convertirse en un segundo gobierno que cobra impuestos (cobro de piso) e impone su violenta ley, cobrando en este momento más de 150,000 vidas (asesinatos). Casi 130 mil a la vista de todos, el resto, enterrándolos en fosas clandestinas que cuando encuentran los cuerpos no los suman a las estadísticas).

     En Estados como Guerrero han llegado a tal cinismo y poder que no solamente expulsan al Ejército y Guardia Nacional, sino que se han adueñado de vidas y bienes de todos los ciudadanos convirtiendo su existencia en un verdadero infierno que no le importa en absoluto al que cobra como “presidente”. En Acapulco, Taxco, Zihuatanejo y otras ciudades y pueblos, las bandas de asesinos imponen su impuesto a negocios, profesionistas, taxistas, camioneros, etcétera. Incluso los mercados ya son controlados por los facinerosos poniéndole precio al pollo, aguacates, limones y demás productos. Los dueños del país pues son los asesinos ¿A López Obrador no le importa nada de lo que sucede, o toda esta desgracia es parte de la 4-T?

     El estado de derecho, ya muy maltrecho en el último trienio de Peña Nieto, (quien no quiso “pasar a la historia como represor”), en los casi cuatro años de López Obrador se ha convertido en nada, en una costosa farsa, en la que policías, ministerios públicos y todo el poder judicial (estatales y federal) aparentan trabajar, pero sin resultado alguno; dejando a los mexicanos sin justicia y sin protección alguna sobre sus personas, integridad y bienes.

    La antigua PGR o FGR es un ente al servicio del tabasqueño para perseguir y detener a sus enemigos (Rosario Robles es un claro ejemplo), dejando la titularidad de tan importante dependencia en manos de un hombre ambicioso, cruel y vengativo, ajeno al orden constitucional y el estado de derecho, al que AMLO apoya a pesar de sus múltiples escándalos, yerros y denuncias públicas.

     De manera, pues, que México no tiene presidente. Apenas cuenta con un usurpador que habiendo ganado las elecciones, se ha negado a asumir sus muchas responsabilidades inherentes al cargo, dedicándose todos los días al juego electoral(inventado por él) y montar un show matutino para regodear su mega acariciado ego, olvidándose de todo del país, que sufriendo como nunca antes, sus habitantes, como ya se dijo, viven aterrorizados por una fauna criminal de todos tipos y tamaños, agobiados por una economía que se tambalea; mientras el usurpador se burla de ellos y a los que se atreven a levantar la voz los ofende y ataca con furia de energúmeno. Quizá al clero católico le faltó pedir en sus oraciones que Dios nos mande un verdadero presidente ¡AMÉN!

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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Desde hace más de dos años se señaló en esta columna que López Obrador ya mostraba síntomas de insania mental. Y no considero que sólo su servidor lo haya percibido, queda claro que nadie a su alrededor movió un dedo para detener este deterioro, provocando al país con su deslealtad y falta de ética, un daño que en este momento ya resulta gravísimo.

      Más de 123,000 personas asesinadas, que si se agregan los desaparecidos y los encontrados muertos en las fosas clandestinas (que nunca los suman a los crímenes), la cifra rebasa sin duda los 150,000. Terrible situación, que lejos de hacer entrar en cordura al presidente, le irrita de sobremanera hasta convertirle en un verdadero energúmeno al que nadie a su alrededor se atreve a enfrentar, ni mucho menos confrontar.

      No hay día de la semana que no ocurra una matanza, todas con la bestialidad que caracteriza a las bandas delincuenciales, para las que mujeres y niños no hay diferencia ni consideración alguna. Los criminales al saber que el presidente ‘les abraza’ con la impunidad; ellos le corresponden acribillando sin misericordia a cuanto ser humano se les atraviese en su endemoniada carrera.

      Esta difícil tarea, la de señalar y confrontar al gobierno con lo que sucede, le ha correspondido, como siempre, a la prensa y algunos escritores (no todos; los amigos y favorecidos por la 4-T han callado de manera total), de manera que la lista de colegas ofendidos y atacados desde el púlpito presidencial resulte ya demasiado extensa.

     Tan solo por mencionar dos casos emblemáticos que muestran la locura presidencial, en la semana que concluye atacó a dos grupos: a la comunidad judía y al clero católico, en especial a los jesuitas.

      Sus arrebatos de ira desenfrenada todas las mañanas en Palacio Nacional se han convertido, no sólo en un grotesco espectáculo, sino en fuente de angustia para los mexicanos conscientes como también de desasosiego para la comunidad internacional. No se diga en un momento tan crítico que lo que sobran son orates y lo que falta son líderes cuerdos, visionarios y capaces que resuelvan los problemas que nos agobian.

      De pronto, y tan solo porque en su espacio periodístico en youtube (Atypical), Carlos Alazraki que comparte espacio con la experimentada Beatriz Pagés y el político Javier Lozano mencionara e hiciera público un tema por demás delicado relacionado con el aterrizaje de aviones repletos de pasajeros procedentes de Venezuela, Cuba y otras naciones catalogadas como terroristas (Irán); que sin control ni registro alguno están llegando al nuevo AIFA (y recientemente a Querétaro), el comentario sacó de quicio al inquilino de Palacio, atreviéndose no sólo a agredir y ofender a Alazraki, sino incluso, acusarle de hitleriano.

      Ante el asombro nacional e internacional de semejante agresión contra la libertad de expresión y una actitud de antisemitismo, al siguiente día, lejos de enmendar su grave yerro, la arremetió ya contra toda la comunidad judía mexicana, diciendo en su escarnecedora e insana perorata, que: “Eso no quiere decir que toda la comunidad tenga una especie de patente de corzo para poder dañar, afectar un movimiento de transformación nada más por sus pensamientos, su conservadurismo y, repito, su hitlerismo”(Mural, 1/Jul/2022).

      Ya había agredido y ofendido a Alazraki, sin embargo, y lejos de disculparse, al día siguiente de nuevo lo hizo: “El señor Alazraki, pues es seguidor del pensamiento de Hitler”.

     Quizá no existe ofensa mayor para un judío (después de la Segunda Guerra Mundial) que compararle con Hitler, y López Obrador lo hizo con Alazraki y con toda la comunidad judía mexicana, mostrando un antisemitismo desconocido hasta ahora, como también un desconocimiento de la historia de México.

      López Obrador ignora, como tantas otras cosas, que México está ligado totalmente al pueblo judío por dos grandes lazos indisolubles: la sangre y la fe. Desconoce que en el primer viaje de Hernán Cortes más de una veintena de judíos españoles le acompañaban. De hecho, dos de ellos, Hernando Alonso y Gonzalo de Morales, murieron en la hoguera inquisitorial en Santiago Tlatelolco en el año 1528.

     Ignora que cuando menos un 30 por ciento de los ibéricos que formaron la Nueva España, eran judíos españoles y portugueses, los cuales fundaron varios centros poblacionales, como son los Altos de Jalisco, Nuevo León (Monterrey) y Nuevo México (Albuquerque, Santa Fe, Las cruces), así como otros centros mineros, en especial Taxco y Zacatecas; incluso la ciudad de México, en la que un poco más del 25 por ciento de la población (en 1550) eran sefarditas. Es decir: millones de mexicanos tenemos sangre judía y a mucho orgullo, este escritor es parte de ese numeroso grupo. Así que al ofender el presidente a Carlos Alazraki y a la comunidad judía, nos ofende a todos.

     Por otro lado, y aunque se dice ‘evangélico’ (que es obvio que no lo es, solo de membrete), ignora también que el cristianismo no es otra cosa que la versión gentil del judaísmo. Cualquiera que conoce a Dios y conoce las Sagradas Escrituras lo sabe: creemos en el mismo Dios, en las mismas promesas y en las mismas doctrinas sostenemos nuestras creencias. Claro, que con mayor o menor diferencia en la medida que la pureza doctrinal domine a la corriente.

     En el otro arranque de locura, el presidente, lejos de acercarse a la comunidad jesuita para ofrecerles palabras de empatía y aplicar la ley. Al contrario, los ofendió por varios días seguidos. Basta reproducir algunos textos de sus desafortunadas y perversas declaraciones para constatar que además de no estar bien de la cabeza y del corazón, no es una persona apta para semejante responsabilidad:

 

“…Y esas expresiones de que ya no nos alcanzas los abrazos. ¿Qué quieren entonces los sacerdotes? ¿Qué resolvamos los problemas con violencia? ¿Vamos a apostar a la guerra? ¿Por qué no actuaron cuando Calderón, de esa manera? ¿Por qué callaron cuando se ordenaban las masacres, cuando se puso en práctica el ‘mátalos en caliente’? ¿Por qué esa hipocresía?”

 

      Quizá las lecturas y acciones del principal comecuras y perseguidor de la fe en el siglo XX, su paisano Tomás Garrido Canabal, influyó en su formación, por lo que ante las circunstancias que le incomodan, afloraron de inmediato las raíces del mal. Un mal que avanza en la cabeza y corazón del titular del poder ejecutivo, dañando de manera grave la situación actual de México, así como su destino. Mal ya detectado, al que ahora le ha agregado dos graves tumores: antisemitismo y comecuras.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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El asesinato de dos jesuitas en un pueblo de Chihuahua les movió por fin a señalar la terrible condición en que se encuentra el país. Reunidos rectores y directores del Sistema Universitario Jesuita declararon indignados el agravio recibido al modo de martirio, señalando de paso el caos e inseguridad que padece México de manera grave.

     Conocido diario de una cadena nacional reprodujo con firmeza e indignación el fracaso del gobierno de López Obrador denunciado por los jesuitas: “Es estado fallido, hay ley de la selva” (Mural, 23/jun/2022). ¿Tuvieron que sufrir en carne propia la maldad de los asesinos que gobiernan el país para denunciar y mostrar su indignación al gobierno ornamental? ¿Más de 123 mil personas asesinadas en lo que corre de esta pesadilla no les fueron suficientes para levantar la voz?

     No dicen acaso las Sagradas Escrituras: “Levanta la voz por los que no tienen voz. En el juicio de todos los desvalidos” (Prov 31:8). Su silencio acomodaticio les volvió cómplices, olvidando que la fe judeocristiana no tiene nada que ver con la teología de la liberación, sino con el reino de Dios y su justicia. Y en lo que corre del siglo XXI no hemos tenido un solo gobierno justo y que vea por la justicia de los ciudadanos; si bien el actual ha sido el peor, el  más corrompido, derrochador y poblado de incapaces y ambiciosos.

     En todos estos años algunos periodistas y escritores no hemos hecho otra cosa que advertir el rumbo equivocado que llevaba el país y el peligro que representaba el actual para todos nosotros cuando todavía no eran gobierno. No hubo respuesta. De hecho, para algunos ha sido causa de censura y marginación (me sumo a esta lista).

     Como escritor en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en el año 2011 presenté un texto titulado “México: ¿Estado Fallido o País Traicionado?” (volumen uno), libro que independientemente de las molestias que causó a algunos que prefieren “que no hagan olas”; lo cierto es que alertó acerca de lo que estaba sucediendo y el rumbo equivocado que se estaba tomando, haciendo al efecto un recuento de la historia nacional a partir de la guerra de Independencia.

     En ese momento Felipe Calderón era presidente del país y la conducción del mismo reflejaba impericia, escasa sabiduría, y ausencia del estadista; aunque comparado con López Obrador, la verdad es que resulta un Winston Churchill.

    En mi libro referido, entre otras cosas señalaba y advertía en la introducción:

 

“Esta adversa situación que guarda el país… me recuerda un comentario del escritor español Jorge Semprún… Ya viejo, el que fuera Ministro de Cultura en el gobierno de Felipe González confesó a su entrevistador: ‘He perdido mis certidumbres, pero he conservado mis ilusiones’. En lo personal no espero gran cosa de los actuales gobiernos, menos todavía cuando veo que repudian por sistema a los viejos (por tanto la sabiduría y la experiencia); cuando de un otoño frágil y reseco hemos pasado a un frío invierno con pocas perspectivas halagüeñas para la República. Aún así, al igual que Jorge Semprún conservo mis ilusiones, deseando fervientemente que las nuevas generaciones tengan un mejor país del que tienen por desgracia en este momento; que la caterva de gobernantes ambiciosos, corruptos e ignorantes que ha caído sobre México a manera de las plagas de Egipto, sean eliminados con el fumigante del derecho, la legalidad, la auténtica democracia, el trabajo honesto y una mejor educación que incluya la historia de esta gran Nación que Dios nos entregó a manera de patrimonio y administración”  (pág. 36).

 

  Dos años después publiqué el volumen dos de este título, en el que señalaba entre otras de mis conclusiones:

 

Con la ambición de la clase política desbordada, los intereses nacionales quedaron vulnerables y a la deriva. Los depredadores de fuera y de dentro, que a final de cuentas son humanos, mostraron de inmediato ser fieles devotos del dios ‘mammón’, de un materialismo vandálico y depredador reducido a la cosmovisión individualista de Narciso. Los partidos políticos dejaron de actuar como entes públicos destinados al servicio para convertirse en una especie de bandas o pandillas, barnizadas apenas de cierta retórica ideológica híbrida y sin contenido social, más interesada en algunas minorías, que en el bienestar de la gran masa social” (pág. 397).

 

     Escritores y periodistas críticos de los gobiernos y partidos nos convertimos como siempre ha sucedido en todos los tiempos y países en personas incómodas y objeto de la inquina oficial de los gobiernos en turno (sobre todo del actual). En lo personal sufrí censura en la prensa y la televisión, y no pocos medios me han negado incluso cualquier entrevista o comentario. Aunque de nadie es un secreto el odio y ataque manifiesto de López Obrador contra intelectuales y periodistas que le critican: Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Carlos Loret de Mola, Denisse Dresser, Raymundo Riva Palacio, Ricardo Rocha, por señalar algunos de la larga lista de víctimas de la ira presidencial.

Sin olvidar por supuesto que durante el actual sexenio los asesinatos de periodistas han estado a la orden del día. Pero volviendo al inicio de este artículo, a la indignación de los jesuitas que es muy entendible y justificable—, entre sus declaraciones se oyeron voces y reclamos muy fuertes: “La política de seguridad, no está sirviendo, todo lo contrario, narco avanza”, “Estamos solos, abandonados, sometidos a la ley del más fuerte”, “Hay una institucionalidad débil, corrompida y omisa”.

    ¿Dónde estuvieron los jesuitas hoy dolidos (y otras órdenes) cuando más de 120 mil mexicanos eran asesinados impunemente? ¿Por qué no levantaron la voz de reclamo airado a favor de esas familias dolidas que un gobierno perverso y dictatorial se ha negado a escuchar? ¿Por qué no señalaban que el regalar dinero público que se requería en hospitales, medicinas, aparatos, quirófanos, mantenimiento, seguridad, carreteras, educación, etcétera, era en más del 70 por ciento de los casos, la compra de conciencias y voluntades?

    Su actitud me recuerda a lo escrito por Henry D. Thoreau: “hay miles de personas que se oponen a la esclavitud y la guerra, pero sin embargo no hacen nada para terminarla… esperan, muy bien dispuestos, a que otros le pongan remedio al mal, para que ya no les remuerda”.

     Pero sobre todo me recuerda a los clérigos alemanes de la época hitleriana (tanto católicos como luteranos), que no queriendo tener problemas con el führer callaron y disimularon ante los horrores y crímenes sin fin cometidos por aquel endemoniado, resultando oportuno recordar el poema del capitán Martin Niemöller, que, habiendo sido héroe de la Primera Guerra, dejó la milicia para convertirse en pastor de almas. Aunque no como la mayoría en el siglo XXI, su compromiso ministerial le llevó a ser un crítico severo de Hitler, quien le convirtió en su «prisionero personal» pasando todos esos años en la cárcel, siendo autor del famoso poema que nos recuerda y señala a todos los que guardan silencio cuando se debe hablar con firmeza para confrontar la injusticia:

 

     “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que yo no era comunista.

     Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio ya que yo no era socialdemócrata.

     Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que yo no era sindicalista.

     Cuando vinieron a llevarse a los judíos no protesté, ya que yo no era judío.

     Cuando vinieron a buscarme a mí, ya no había nadie más que pudiera protestar”.

 

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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