JERUSALÉN, CAPITAL DE ISRAEL

Hay cosas que no tienen vuelta de hoja, son y se tienen que aceptar, es el caso de la ciudad de Jerusalén, capital del Estado de Israel. Parece mentira que después de conocerse los horrores del Holocausto al terminar la Segunda Guerra Mundial y que el mundo entero se avergonzara del grado de maldad y antisemitismo al que llegaron los nazis, siete décadas después los líderes políticos de nueva cuenta asumen una posición abiertamente antijudía y anti israelí.

      ¿Ni modo que no conozcan la historia? Bueno, Donald Trump, que fue el que desató este nuevo problema es un hecho que no la conoce. Su arrogancia, ignorancia e intransigencia provocaron de nueva cuenta que la comunidad internacional pretendiera echarse a la yugular del Estado de Israel. Lo peor del caso es que por un asunto innecesario. Jerusalén, es y será la capital de Israel y no necesita de la aprobación de este hombre problemático para serlo.

       La ONU, organismo que debiera ser árbitro equilibrado en la convivencia entre las naciones, se ha convertido en madriguera de cuanta facción política y religiosa pueda existir, concediendo voz y trato especial a los países árabes y enemigo jurado del pueblo israelí.

       Además de ridículo, resulta absurdo que los países occidentales por sus raíces cristianas no sepan que Jerusalén es la capital desde hace 3,000 años del país de los hermanos de Jesucristo, María y los apóstoles ¿O no lo saben?

      El querido rey David, de cuyo linaje naciera mil años después Yeshua (Jesús) en Belén de Judá, no un 25 de diciembre, sino muy probablemente en octubre o principios de noviembre: hizo de Jerusalén la capital de Israel y desde entonces conserva ese estatus. Los múltiples enemigos de este pueblo brillante y laborioso que ha concedido a la humanidad los mejores inventos y avances médicos (incluidas no pocas vacunas) durante tres milenios le han invadido, agredido, llevado a la diáspora y pretendido aniquilarlo, sin embargo Dios no ha permitido que esto suceda, ni sucederá.

     En el siglo primero de nuestra era, los romanos, además de destruir Jerusalén en el año 70, en el siglo siguiente, en el año 135, en un acto de absoluta maldad y odio contra este pueblo le quitan el nombre de Israel para endilgarle el de “Palestina” y a Jerusalén el de “Aelio Capitolina”. Se trata pues de la imposición de un invasor, de un acto de aniquilamiento al estilo de Hitler.

     Que no nos venga ahora la ONU y países antisemitas que la integran con moralinas que no le corresponden, que no son otra cosa que meras posiciones oficiosas a favor de los países árabes productores de petróleo. Si tuviera la ONU un gramo de vergüenza y tomara en cuenta, en ese orden: la Biblia, la Historia y sus raíces cristianas, desde el año 1948 apoyaría sin reservas al Estado de Israel.

      Para concluir, no necesita el Estado de Israel el reconocimiento de nadie para su ciudad capital que es Jerusalén. Ya que además de que tres milenios de historia le avalan (pero sobre todo la bendición divina; algo que judíos y cristianos no pueden perder de vista): es un acto soberano que Israel como país puede determinar. Ningún mexicano permitiría que los norteamericanos, alemanes, o los que usted quiera y guste, vinieran a decirnos que nuestra capital es Guadalajara o Monterrey, pero de ninguna manera la ciudad de México. ¿En qué quedaría la soberanía de las naciones?

     El hablador de Trump (que es una especie de Fox gringo) metió en problemas innecesarios a Israel y atrajo las críticas contra la única democracia en Medio Oriente. Sin embargo con Trump o sin Trump, con su reconocimiento y sin su reconocimiento Jerusalén es y seguirá siendo la capital de Israel. Es más, la Biblia dice, yo nomás repito lo que está escrito, que Jesucristo cuando retorne descenderá en el Huerto de los Olivos de esa hermosa ciudad, pero ya no vendrá como hace dos milenios cuando vino a reconciliar al hombre caído con Dios, sino a reinar universalmente en Jerusalén. Y si alguien no lo cree, por favor no celebre la navidad, porque aquel niño judío nacido en Belén, es heredero del trono de David y un día, quizá no muy lejano retornará a reinar. Y téngalo por seguro que no les preguntará a los facciosos de la ONU si puede retornar para gobernar. ¡Deseo a mis queridos lectores y amigos una FELIZ NAVIDAD!

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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