EL DICTADOR SE QUITÓ LA MÁSCARA

No podía ser de otra manera, su manera de hablar y de ser lo advirtieron siempre. Pensar que porque sus allegados aseguraban que ya había cambiado y él procuraba hablar con más mesura y creerlo, en realidad era un acto de ingenuidad, un auto engaño. El lobo se puso las ropas de la abuelita de Caperucita Roja pero continuó siendo el lobo.

 

El 27 de octubre del año 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador todavía no asumía el poder, se advirtió en esta columna periodística: “…Si López Obrador no entiende que la opción viable para el nuevo aeropuerto de Texcoco, la que recomiendan los que en verdad saben y pueden opinar, malo. Pero si esto no le importa y lo único que quiere es darse gusto a sí mismo y a la mafia de anarquistas que le sigue, peor. Estaríamos ante el parto de un futuro dictador”.

 

Lamentablemente para los mexicanos y el destino del país el parto ya se dio, el dictador ya se quitó la máscara. Para los ciudadanos interesados y enterados de la situación el destape del dictador era esperado, cuestión de tiempo, ya ocurrió. Las señales fueron múltiples, de hecho cotidianas a través de sus aburridas y tormentosas sesiones de adoctrinamiento en las que el tabasqueño, dominado de manera absoluta por su eterna ambición de poder le perdió para siempre, corroborándolo con sus decisiones. Difícilmente habrá retorno. Mussolini, Santa Anna y muchos otros de su clase lo afirman.

 

Y es que como decía Don Alfonso Reyes, a propósito del dictador Porfirio Díaz: “…No se es dictador en vano. La dictadura como el tósigo, es recurso desesperado que, de perpetuarse, lo mismo envenena al que la ejerce que a los que la padecen”. Cierto, el veneno inyectado por las palabras y hechos de este dictador costeño, ya corre a lo largo y ancho de este país, enemistando a unos contra otros, provocando enconos amenazantes y una pobreza no vista desde la época de la Revolución de 1910.

 

Con una consulta patito realizada en Chiapas (entre personas que no saben dónde está Texcoco y jamás se han subido a un avión) canceló el NAIM; de igual forma canceló una Cervecera en Mexicali que ya había invertido 1,500 millones de dólares; destruyó las redes de adquisición y distribución de medicinas; como también instituciones públicas y fideicomisos, aglutinando cuanto dinero había para comprar la voluntad de jóvenes y viejos (para perpetuarse en el poder).

 

Por otra parte, y sin olvidar que para ganar las elecciones pactó con cuanto grupo violento y anarquista se le sumara, lo cierto es que también de manera no muy velada se acercó a las bandas delincuenciales a las que prometió públicamente “abrazos no balazos”, y dicho sea de paso, quizá es a los únicos que les ha cumplido.

 

Criticando ferozmente la violencia padecida por los mexicanos durante los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, prometió acabar de inmediato con la inseguridad. Nada más falso. De hecho, cuando el Ejército detuvo al hijo del archi criminal Joaquín Guzmán Loera (a) ‘el chapo’, el presidente ordenó su inmediata libertad. Así lo confesó públicamente a los pocos días.

 

Al poco tiempo le vimos charlando en una gira por Sinaloa con la mamá de este mismo criminal con una camaradería inusual, prometiéndole atender su asunto. Incluso ha abierto las puertas de Palacio Nacional una y otra vez a los padres de los pseudo estudiantes vándalos y delincuentes de Ayotzinapa (asesinados precisamente por andar delinquiendo). En cambio para los empresarios y patrones que producen empleos, para los padres de los niños con cáncer, para los gobernadores de los Estados que no son de su dizque ‘partido’ (que en realidad es un grupo de choque político) y cuanto ciudadano de bien que tenga una petición justa, no tiene tiempo. Jamás los recibe. Así son los dictadores.

 

Sus mentes están enfermas a causa del poder. Carecen de la visión de estado y la del estadista les resulta del todo ajena. Orden y estado de derecho les resultan molestos y odiosos pues reprueban de antemano sus decisiones caprichosas y anárquicas. Ciencia, educación, académicos y prensa crítica les estorban también, por eso les molestan escritores, intelectuales, periodistas y todo pensador de la disciplina que sea. Les irritan e incomodan en demasía sus opiniones pues les exhiben ante el verdadero pueblo. Desnudan su impudicia e ignorancia, su falsa ‘honestidad’ que a diario pregonan.

 

El terrible manejo de la pandemia les ha exhibido de cuerpo entero. Mas de 300 mil muertos, aunque solo han reconocido poco más de 233 mil, son producto de sus decisiones equivocadas, de su actitud indolente y absurda tomada al principio. En un país donde se respete la ley, tanto el presidente, como el secretario y el subsecretario de salud, ya estuvieran sometidos a juicio. No solamente por las muertes. Los enfermos y los daños a las economías familiares como a la economía nacional han sido terribles y de muy difícil recuperación (aunque los medios cooptados o temerosos del dictador digan lo contrario).

 

Perder más de $300 mil millones de pesos por cancelar un aeropuerto de primer mundo (en el sitio adecuado y necesario), para construir otro a un enorme costo y en un sitio que no reúne las características para ser el principal del país, es apenas una de tantas acciones absurdas decididas desde el absolutismo y la ignorancia. Lista a la que se suma ese barril sin fondo llamado Pemex, en el que López Obrador puso al frente a un agrónomo que no tiene la menor idea de lo que esta paraestatal hace y requiere, lo que es peor, en un tiempo en el que la visión mundial energética está cambiando y con una enorme, costosísima y mafiosa planta laboral que entre sindicalizados y de confianza, seca cuanto dinero le entra y como matriz estéril pide más y más.

 

En la misma situación se encuentra la CFE, que aunque tiene como director a un hombre inteligente y con preparación de excelencia, lamentablemente Manuel Bartlett en el ocaso de su vida prefirió pasar al basurero de la historia que culminar con sapiencia y a favor de su país. Le ganó la ambición y el protagonismo. Qué pena, pero sobre todo para México, el país no merece tanto daño de tanta gente unida para destruirlo (aunque aseguren otra cosa, lo están destruyendo a puñetazos día con día).

 

Como es del dominio público, esta semana el presidente López Obrador se quitó la máscara de demócrata con la que obtuvo el poder en las urnas, para dejar salir al dictador que siempre ha traído dentro. De entrada, su protesta de cumplir y hacer cumplir la Constitución realizada el 1º de diciembre de 2018 la hizo añicos, la pisoteó. En un arranque de ira, de los muchos que tiene casi a diario, y a causa de que un juez federal concediera una suspensión provisional contra su ilegítima e inconstitucional contra-reforma energética; a la manera de cualquier dictador declaró, ya perdido todo control, que iba entonces a reformar la Constitución, la que había prometido cumplir y hacer cumplir. Es demasiado, no podemos (ni debemos) continuar así. Si el Congreso y el Senado no pueden ponerle un alto a tanta locura e ilegalidad, es tiempo que los gobernadores, los sectores cupulares, la clase académica, los intelectuales, líderes religiosos, sociales y demás representantes, hagan frente común y exijan el retorno al orden y el estado de derecho, y de no querer hacerlo, se le den las gracias al presidente y se busque otro, pues nomas ganó las elecciones, no compró un país. A los dictadores, no los queremos ni en los libros de historia.

 

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

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