¿RULFO SÍ, ELENA GARRO NO?

No cabe duda que México es el país de las injusticias, del cuatismo, el reino del maniqueísmo, y no parece tener remedio. Basta con ver el nivel y sainetes de la clase política para corroborarlo. Todo lo contaminan, es el país del todo o nada, del eres o no eres, del encumbramiento aunque se carezca de méritos o del ostracismo por no ser lacayo (o “amigo”).

     La literatura no escapa a este mundo de los absurdos. Este año se ha festejado hasta el hostigamiento el centenario de Juan Rulfo, a quien sin restar méritos, debemos señalar que no es el único, nuestro país ha producido grandes escritores (no puedo decir ‘y escritoras’, me imagino que mis maestras de primaria me pondrían orejas burro y remitirían a un rincón). El problema radica quizá, sin darlo como verdad absoluta, que los que se encargan de honrar a quien lo merece, carecen de las letras y preparación literaria para distinguir la calidad, que dicho sea de paso, hemos tenido en abundancia.

      El año pasado, una de las mujeres que mejor ha representado nuestra literatura, Elena Garro (11/Dic/1917─22/Ago/1998), cumplió también un siglo de su natalicio y poco fue lo que se dijo de ella, casi pasó inadvertida.

     A la literatura de Rulfo la calificaron como “realismo mágico”, estilo en el que clasificaron también a Elena Garro (aunque a ella no le gustara). De padre español y madre mexicana, nació en la ciudad de Puebla, pero durante la guerra cristera su familia se trasladó a Iguala (Guerrero), pueblo que le inspirara para su obra magistral “Los recuerdos del porvenir”. Obra que sin querer comparar es tan grande como la de Rulfo, la diferencia es que los dueños de la opinión literaria en México no quisieron nunca a Elena, sobre todo después del movimiento estudiantil de 1968.

      Elena Garro era una mujer brillante, demasiado inteligente para los grillos acomodaticios que viven y han vivido del ’68 y del presupuesto. Era valiente como pocas, capaz de decir a las cosas por su nombre. El 14 de agosto de ese mismo año ‘68, en la hermana República de la UNAM, como la califica con sarcasmo Gabriel Zaid, invitada a una sesión de la Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores ─a la que muy pocos del gremio asisten─ Elena se atreve a decir en el auditorio Justo Sierra “que (los intelectuales) son unos oportunistas, que tienen miedo a perder la chamba, que adoran el hueso y por eso no hacen en realidad nada por los estudiantes. Una escritora de nombre Norma Bazúa se lanza contra Garro, quien luego de escuchar sus ofensas le responde:

─”Yo no se quién es esta señora y lo que dice no me importa. A mi me invitaron a una reunión de intelectuales, pero veo que son los mediocres de siempre, que discuten y discuten y cuando llegan a una conclusión hace tres años que terminó el problema”.

     No teniendo el espacio suficiente para honrar la memoria de esta mujer valiente y brillante, que además de sufrir el divorcio de su también brillante marido (nunca pudieron ser felices), sufrió un doloroso destierro literario y político. El primero orquestado por una clase ‘intelectual’ mediocre y vividora del presupuesto (ella se los repitió infinidad de veces), y el segundo, por un gobierno incapaz de entender a las mentes cultivadas y aprovecharlas para nutrir a las nuevas generaciones (no solo de pan vive el hombre, lo dijo el Señor, el único Señor); de manera que dejamos el espacio que resta para concedérselo a Elena y dejar que algunas frases de los personajes de sus textos nos hablen de su inteligencia, iniciando con el inolvidable y certero Juan Cariño, que viviendo en el prostíbulo del pueblo (cualquier parecido con la cofradía literaria es mera coincidencia), era tildado de loquito, y quizá fuera cierto, se necesita algo de locura para dedicarse a las letras:

─”Las palabras eran peligrosas porque existían por ellas mismas y la defensa de los diccionarios evitaba catástrofes inimaginables”.

─”Las palabras debían permanecer secretas. Si los hombres conocían su existencia, llevados por su maldad las dirían y harían saltar al mundo”.

─”Ya eran demasiadas las que conocían los ignorantes y se valían de ellas para provocar sufrimientos”.

”Su misión secreta (la de Juan Cariño) era pasearse por mis calles (esta hablando el pueblo) y levantar las palabras malignas pronunciadas en el día. Una por una las cogía con disimulo y las guardaba debajo de su sombrero de copa. Las había muy perversas; huían y lo obligaban a correr calles antes de dejarse atrapar… Algunos días su cosecha eran tan grande que las palabras no cabían debajo de su sombrero y se veía obligado a salir varias veces a la calle antes de terminar su limpieza”.

─”Al volver a su casa se encerraba en su cuarto para reducir las palabras a letras y guardarlas otra vez en el diccionario, del cual no deberían haber salido nunca. Lo terrible era que no bien una palabra maligna encontraba el camino de las lenguas perversas, se escapaba siempre, y por eso su labor no tenía fin”.

    Al referirse a Iguala en la ya referida novela (con el nombre literario de Ixtepec) y ubicándola en la época de la Cristiada, Elena parece vaticinar la suerte que correría esa ciudad en la segunda década del siglo XXI bajo los gobiernos del Peje y amigos (expertos en echarle la culpa a otros):

─”Un círculo se cerraba sobre mí. Quizá la opresión se debiera al abandono que me encontraba (continúa hablando el pueblo) y a la extraña sensación de haber perdido mi destino. Me pesaban los días y estaba inquieto y zozobrante esperando el milagro… Temprano en la mañana aparecían algunos colgados en los árboles de las trancas de Cocula (sí, Cocula, donde mataron a los 43 ayotzinapos que los pejistas todavía ‘buscan’). Los veíamos al pasar, haciendo como si no los viéramos, con su trozo de lengua al aire, la cabeza colgante y las piernas largas y flacas”.

 

     ¡Qué bueno que ya vivimos en una sociedad donde gracias a los derechos humanos y la guerra contra la intolerancia se acabó la discriminación y el machismo, pues de no ser así, es probable que los libros y la memoria de Elena Garro hubieran quedado calcinados en el ya mencionado basurero de Cocula! Sin embargo, nadie podrá acabar con la buena literatura y aunque se envíe al ostracismo a las plumas incómodas, su valioso pensamiento no se encuentra en el trabajo eterno de Juan Cariño, sino que como las piedras preciosas su valor jamás se pierde. A 101 años de su nacimiento, bendita sea la memoria de Elena Garro.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

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